miércoles, 2 de octubre de 2013

"Tomar el alfil"

 
 
Cuenta la antigua historia de nuestro pueblo que durante mucho tiempo existió en Córdoba una curiosa tradición que al final ha desaparecido sin saber nadie cómo ni por qué.
 
La víspera de la noche de San Juan, la noche del fuego, de la luz y del jolgorio, empezaba la fiesta; en las plazas de la ciudad y en los cruces de las calles más anchas y concurridas se hacían hogueras con muebles viejos, trapos, maderas y cuantos desechos se habían recogido y guardado los días anteriores con este fin; las señoras prendían luces en las puertas de sus casas y las jóvenes casaderas, para atraer y mantener el amor, decían ellas, se mojaban todo el cuerpo o se bañaban, casi a escondidas, en el llamado "tablazo de las mujeres" en el Guadalquivir, ante la sospecha, guardia y curiosidad de los jóvenes pretendientes.
 
Después de todos estos rituales, cuasi iniciáticos, se organizaba espontáneamente una inmensa ronda o velada que se extendía por toda la ciudad. Era esta la gran noche de la juventud y del amor. Todos los jóvenes enamorados, o no, se echaban a la calle y en ella esperaban alegremente el amanecer del día de San Juan, y a esto se llamaba "ir a tomar el alfil".
 
Los jóvenes más afortunados tenían permiso para permanecer fuera de casa toda la noche, los varones la dedicaban a pasear, mirar las bellezas que se asomaban a las rejas de sus ventanas llenas de macetas florecidas y a citarse con sus amores casi secretos hasta esta noche. Las damas desde sus ventanas asistían a la ronda complacidas y alegres y desde allí obsequiaban con dulces y bebidas a todos los que se acercaban a verlas, saludarlas y, si era el caso, intercambiar unas palabras de amor.
 
Cada año el amanecer del día de San Juan sorprendía a toda aquella multitud festiva paseando por la calle de la Feria y por la Ribera; apenas salía el sol se disolvía la verbena poco a poco y quedaba cumplido el mito de "ir a tomar el alfil" hasta otro año.
 
 
 


viernes, 19 de abril de 2013

El pozo y el Humilladero


Construyose el primer humilladero, o sea, el camarín que aún existe detrás del pozo con un cuadro representando la aparición de la Virgen y los patronos a Gonzalo García, con una inscripción al pie que refiere el suceso como en las otras ya copiadas.
Después de esto, en 1455, sede vacante, el Cabildo costeó la formación del brocal del pozo y amplió el humilladero, que después, hacia 1493, se agrandó con la capilla gótica hoy existente, y que sería mucho más linda si en vez de aquella raquítica puerta tuviese los tres arcos abiertos con verjas, que le darían vista y lucimiento.
Cada vez era mayor la devoción a la Virgen por los milagros que se le atribuían, y esto contribuyó a que el expresado Cabildo se declarase su patrono y mandase edificar a sus expensas una iglesia, cercana al sitio del encuentro, como en efecto lo hizo, conservándose aún la portada en una de las habitaciones del capellán.
Cundiose la fama por toda la península, tanto que hacia los años 1455 la reina doña María, esposa del rey don Alonso de Aragón y hermana de don Juan II de Castilla, a la sazon hidrópica, vino a Córdoba ansiosa de recobrar la salud con tan prodigiosas aguas, cuyo satisfactorio resultado produjo en ella tal agradecimiento que lo demostró dando una porción de valiosas alhajas, a las que aseguran pertenecer una preciosa corona de oro y pedrería que aún existe, y una gran cantidad con destino a la edificación de una hospedería para los pobres que viniesen al santuario, obra realizada por el Cabildo, que costeó además habitaciones para el capellán. Hemos dicho que la portada de dicha iglesia fue la que se conserva en la casa del capellán, siguiendo la opinión de Ugalde, si bien don Luis María Ramírez, en su Indicador cordobés, cree que era la misma que hoy tiene aquélla bajo los arcos, cuya arquitectura parece del siglo XV

Historia y tradición de la Fuensanta


Pablo de Céspedes, Enrique Vaca de Alfaro, Sánchez de Feria, Bravo, Ugarte, Ramírez Casas-Deza y otros notables escritores, ante cuyos nombres confesamos nuestra insuficiencia, han escrito la historia de aquel santuario, amparo y consuelo de los cordobeses en todas sus aflicciones. Pero mal podíamos cumplir con la tarea que nos hemos impuesto si no dedicásemos también algunas líneas para enterar a nuestros lectores del origen de la Virgen de la Fuensanta y de la historia de su santuario.
En la primera mitad del siglo XV moraba en el barrio de San Lorenzo, junto a la puentezuela, un infeliz cardador de lana llamado Gonzalo García, a quien su escaso jornal no bastaba a sostener a su esposa e hija, la primera paralítica y la segunda demente; por tanto, imposibilitadas de ayudar a contribuir con su trabajo a los gastos de la familia. Desesperado con tan triste situación, y no sabiendo qué determinación tomar, saliose un día por la puerta de Baeza hacia el arroyo de las Peñas o Piedras, que es el de la Fuensanta, y hacia el sitio que aún se denomina de las Moras, a causa de las muchas silvestres nacidas en aquellos paredones.
Meditabundo y pensativo iba Gonzalo hacia el mencionado sitio cuando se le acercaron dos hermosas jóvenes, una en pos de otra, y un gallardo mancebo; la primera le dirigió estas o parecidas cariñosas palabras: "Gonzalo, toma un vaso de agua de aquella fuente, y con devoción dalo a tu muier e hija y tendrán salud". Suspenso quedó aquel desgraciado, si bien dominándolo la idea de que sus favorecedores serían la Virgen María y los patronos de Córdoba San Acisclo y Santa Victoria, en cuya idea lo afirmó el gallardo joven diciéndole: "Haz lo que te manda la Madre de Jesucristo, que yo y mi hermana Victoria, como patronos de esta ciudad, lo hemos alcanzado de la Virgen Santísima".
Lleno de gozo y aún más admirado volvió ansioso la vista hacia el sitio señalado, donde efectivamente corría el agua, manando de entre las descubiertas raíces de un cabrahigo, que demostrando su atigüedad cubría con sus ramas parte del paredón de la cercana huerta. Mas casi simultáneamente iba a arrojarse a los pies de su celestial bienhechora cuando ésta ya había desaparecido con los santos mártires.
Henchido su corazón de gozo y agradecimiento, corrió Gonzalo a una alfarería, cercana a la hoy demolida puerta de Baeza, compró el jarro y lleno de la salutífera agua lo llevó a su casa contando lo ocurrido y pidiendo con gran fe que con ella viviesen su mujer e hija, logró verlas libres completamente de sus acerbos y ya incurables padecimientos.
Como no podía menos de suceder, la noticia circuló por toda la ciudad. Los enfermos corrieron a beber de la fuente designada, y nuevas curaciones justificaron más y más la virtud de sus aguas. Mas nadie acertaba a descifrar aquel misterio, descubierto al fin por otra nueva revelación.
El jarro comprado por Gonzalo García, y que era de barro vidriado, como color amarillo, se conservó muchos años como una preciosa reliquia, afirmando Enrique Vaca de Alfaro que el día 6 de abril de 1671 tuvo en su mano un fragmento que aún quedaba en poder de Juana de Luque, vecina de la calle del Aceituno, de 67 años de edad, y viuda de Nicolás Muñoz de Toro, descendiente del Gonzalo.
Veinte años habían transcurrido desde aquel portentoso suceso, aún sumido en el más misterioso secreto. El sitio conocido por la Albaida era la morada de los ermitaños de Córdoba, aún no congregados como en la actualidad, y uno de ellos, agobiado por una cruel hidropesía que lo llevaba al sepulcro, se decidió también a beber de las saludables aguas de la santa fuente, y con ellas logró la salud apetecida.
Lleno de agradecimiento y fe pedía a Dios y a la Virgen en sus oraciones que se dignasen aclarar aquel arcano, cuando una noche, la del 8 de septiembre, oyó cierta voz que satisfizo su ansiosa curiosidad, revelándole que en el tronco de aquel cabrahigo se encerraba una imagen de la Virgen, depositada en un hueco cuando la persecución de los cristianos, y cuya concavidad había cerrado el transcurso de tantos años.
El ermitaño corrió al día siguiente a presentarse al obispo de Córdoba don Sancho de Rojas, y contándole lo ocurrido, éste hizo cortar el árbol, confirmándose las palabras del anacoreta, puesto que fue hallada la imagen que con tanta devoción veneramos. Es de barro y tiene en la espalda unas letras muy gastadas, al parecer góticas.
Si el más insignificante acontecimiento atrae tantos curiosos al lugar en que ocurre, figurémonos un momento qué no sucedería en semejantes tiempos, cuando los sentimientos religiosos eran tan puros en las personas ilustradas y el pueblo ignorante estaba subyugado por el más exagerado fanatismo.
Al día siguiente de la revelación cortose el árbol, y encontrado tan estimable objeto, divulgose la noticia con la velocidad del rayo, acudiendo casi en su totalidad el vecindario de Córdoba con el clero, autoridades y demás corporaciones, formando todos una procesión que en medio de una alegría indescriptible, aumentada por el repique de tantas campanas como entonces había, y del disparo de cohetes y arcabuces, llegó con la imagen al Sagrario antiguo de la Catedral, hoy capilla de la Cena, donde la depositaron, hasta que se edificó en el sitio del cabrahigo el primer humilladero, costeado por el obispo don Sancho de Rojas.

viernes, 12 de abril de 2013

El caimán de la Fuensanta

Cuenta una vieja leyenda que vivían en Córdoba dos amigos que se conocían desde la infancia. Cuando tenían tiempo salían juntos al campo unas veces por cazar y otras para pescar en el río Guadalquivir. Solían frecuentar un paraje apartado y hermoso cercano al Santuario de la Fuensanta. El camino era fácil y el lugar lleno de árboles, así que Simón, que así se llamaba uno de los amigos, podía llegar hasta él sin dificultad, pues era cojo. El otro, Antón, era el cazador.

       Aquel día, como habían hecho siempre, salieron juntos al campo; Antón, con su vieja escopeta preparada, andurreaba los caminillos que van al río desde los sembrados o rebuscaba los tamujales de la orilla por si acertaba a saltar algún conejo. Simón se acomodó al mismo borde de la corriente bajo unos altos y frondosos álamos y echó su anzuelo con la esperanza de pescar, como tantas veces lo había hecho allí mismo. De pronto oyó un quejido lastimero y prolongado y pensó que era el llanto de un niño. Se levantó y un poco inquieto se esforzaba por ver de donde venía, pero no lograba averiguarlo, aunque, fijándose mejor, descubrió en mitad del río, y como si estuviese prendido en su sedal, un enorme pez, un gigantesco reptil o una descomunal serpiente que venía hacia él; nadaba despacio y sin hacer ruido, tenía los ojos saltones y ensangrentados  y los fijaba en los suyos sin parpadear...

    Tal fue el pavor que sintió el impedido Antón que sólo tuvo tiempo de soltar la caña, recular sobre sus tullidas piernas por la orilla y tratar de defenderse con la muleta que le ayudaba a caminar. Cuando ya el horrible animal estaba muy cerca de él pudo gritar muy fuerte y llamó angustiado a Simón. Éste llegó al momento hasta donde estaba el amigo acosado y no podía creerse lo que estaba viendo. Un enorme lagarto que cortaba el paso a Antón y se acercaba amenazador hacia él con la clara intención de devorarlo. Así que, sin pensarlo más, el cazador se paró, aseguró  bien los pies sobre la hierba y disparó dos tiros al infeliz camán, que este era el bicho, recibiendo el doble impacto en la cabeza y muriendo casi en el acto.

    Pero antes, tal había sido el apuro de Antón, que tuvo que oponer al monstruo su muleta, de forma que cuando el amigo disparó sobre él, éste ya tenía desencajada su enorme boca, y aprisionaba entre sus enormes dientes las maderas astilladas, mordidas y rotas. Así, con las fauces abiertas, fue capturado y muerto y así pertenece aún colgado de la pared del Santuario.
   
  Después los dos amigos, superado el susto y vencido el peligro, desollaron al caimán y arrojaron su cuerpo desnudo al río Guadalquivir, la piel la llevaron al Santuario de la Fuensanta porque ambos eran muy devotos de la Virgen. Allí dejaron como exvotos no sólo la piel del caimán, sino también la escopeta y las tablas mordidas y rotas de la muleta de Antón, aunque recompuesta, y hasta hoy día allí se exponen todos los despojos, se conservan y se admiran.


   



domingo, 31 de marzo de 2013