viernes, 27 de mayo de 2011

Películas para la historia, " Esplendor en la hierba"

 Bud Steamper y su novia Deanie gozan del amor, comienza la película y establece la génesis de toda una experiencia vital. Los años de la adolescencia son los que marcan a fuego el destino y la vida, y sobre ese tema central Elia Kazan articula una epopeya dramática que toca temas diversos mediante distintos personajes y las relaciones establecidas entre ellos, definiendo un contexto social que es una clave ineludible para comprender el argumento. En las últimas imágenes vemos el reencuentro y último adiós entre Bud y Deanie. Sus destinos divergen, pero converge el relato al utilizar la carga simbólica de los personajes que abren la narración para hablarnos, en las imágenes que cierran la narración, del imprevisible fluir del tiempo y de los sentimientos

Bud y Denie son el eje central en torno al cual giran los movimientos dramáticos del elenco restante en una historia que integra y contrapone ideologías y actitudes, haciendo especial hincapié en el conflicto generacional, lo cual, en última instancia, se convierte en una crítica al puritanismo de las familias norteamericanas en los felices años veinte. Cabe destacar la importancia de la incomunicación entre padres e hijos, no por causa de ausencia de palabras y frases intercambiadas, sino por la incapacidad de los padres a la hora de interpretar el mundo adolescente y, sobre todo, de cambiar o traducir los códigos culturales heredados por la tradición con el fin de iluminar el conflicto y conocer el significado real que se esconde detrás de cada gesto.

Se ha escrito de Splendor in the Grass que es “puro romanticismo“, pero su desarrollo y conclusión implican una tragedia honda y desesperada sobre cómo los sueños y la pureza del alma joven pueden ser destruidos por la incomprensión y la inconsciencia de la sociedad en su conjunto. A pesar de que las imágenes finales expresan reconciliación y restauración del equilibrio emocional, así como el cumplimiento de la verdadera vocación, subyace la amargura de un destino falseado y de un sueño frustrado. Melancolía, amargura y nostalgia armonizan en su justa medida y evitan la saturación empalagosa, el colorido y la luz predominan en una fotografía concordante con los paisajes y los registros vitales representados en la narración.

Cuando miras hacia el pasado, reconoces la vida que pudo ser tuya, la felicidad y el deseo espontáneo como un esplendor en la hierba que desaparece con la vejez. Pero no hablamos de la vejez biológica, sino la que impone la sociedad cuando ya estas preso de los dogmas y los prejuicios sociales. Lo que queda es el recuerdo de lo que fuimos y pudimos llegar a ser, puesto que la luz del esplendor se ha desvanecido con el paso del tiempo, y cada nuevo paso implica un recodo de oscuridad.
Critica de "Esplendor en la hierba" publicada el 2007-10-06

 

jueves, 26 de mayo de 2011

Películas para la historia, " El halcón Maltés"

San Francisco, California. El detective privado Samuel Spade investiga una serie de asesinatos cometidos tras el robo de un valioso objeto con forma de Halcón.
Monumental obra maestra, de la que nació el cine negro. Concebida por el escritor Dashiell Hammet y su novela homónima, y adaptada con gran maestría por el cineasta debutante y desde entonces eminente, John Huston, quien por este trabajo se llevaría dos premios Oscar, mejor guión y mejor dirección.

Desde su inicio, la opera prima de Huston expone las usuales e invariables claves del film-noir, el detective, siempre confiado en sus instintos y en recibir una buena paga; las misteriosas muertes de quien se acerque al meollo del asunto; la enigmática y bella mujer, que terminará amando, pero también vacilando de su implicación en el complot; y una tonalidad tanto fotográfica como narrativa, que desprende un aire de fatalismo y derrota.
Inmensa es sin duda la contribución de Humphrey Bogart al film, el alter ego de Huston, quien encarna con su usual talento al cínico y audaz Sam Spade en su búsqueda por el preciado objeto medieval. Tras el eterno antihéroe se encuentran también los magníficos Sydney Greenstreet, Mary Astor, y el siempre carismático Peter Lorre.
Llevada en su mayoría por extensos y elaborados diálogos, de los que se podrían citar incontables frases memorables, "El Halcón Maltes" es una cinta hecha de la materia con la que se hacen los sueños. Una joya magistral e imperecedera.
Pierluigi Puccini

jueves, 12 de mayo de 2011

Los patios invisibles


Del cuatro al quince de mayo, en la ciudad de Córdoba se da lugar  el concurso popular de patios de dicha ciudad, la gente se vuelve literalmente loca buscando en las diferentes guías, buscando donde están los patios premiados, las zonas más concurridas, y los patios más populares. La gente hace fotos a diestro y siniestro, y van con su itinerario marcado, a una velocidad vertiginosa , atropellados, en manadas . Van tachando los que han visto, y van comentando los que le quedan por ver, si, por ver, y no por disfrutar. De ahí queda que el concurso popular de patios ha quedado como una gran gymkana de visitantes, que van sin ton ni son, sin reparar en la belleza del momento. Por eso me quedo con aquellos patios invisibles, aquellos que no participan en el concurso, los que abren una ventana, una puerta, y en los que los visitantes dejan pasar de largo, sin prestar atención, solo por el hecho de no tener dos cipreses en la puerta o tener el destartalado cartel  que rotule PATIO.

martes, 10 de mayo de 2011

Suceso en una riada del Guadalquivir

El padre maestro fray Francisco Delgado contó en uno de sus sermones que siendo prior de este convento estaba un día de San Andrés con los otros frailes contemplando una gran avenida del Guadalquivir, admirándose de la mucha leña, ganados y chozas de pastores que en su corriente arrastraba el agua, cuando vieron venir un barco con dos hombres dentro, quienes, al verse tan cerca de una población, empezaron a dar voces en súplica de ser socorridos, lo cual era imposible por no haber quien se atreviese a arrostrar el peligro que indudablemente había de correr, ni permitir la distancia arrojarles sogas a que pudieran asirse. En aquella desesperación y considerando su muerte segura estrellándose contra el puente, intentaron salvarse arrojándose al agua, por si lograban alcanzar la orilla. Logrolo el más joven, y viendo al otro, su padre, próximo a sucumbir, se arrojó por segunda vez al río, consiguiendo salvar la vida de una persona tan amada.
En esto acudieron los frailes y otras muchas personas a la muralla, en lo que ahora conocemos por el paseo de la Ribera, y recogiéndolos medio exánimes los llevaron al convento, arropándolos en dos camas puestas al efecto, al par que les prodigaban otros socorros, que por cierto bien lo necesitaban. Entonces el joven contó la desesperación que se apoderó de él al verse en salvo y que su padre se ahogaba, y que inspirándolo la Providencia tomó aquella determinación, en la que creyó le ayudaban dos jóvenes, en quienes todos vieron a los santos patronos y mártires de Córdoba Acisclo y Victoria, cuyo sepulcro se veneraba en la iglesia del convento, donde tan caritativamente fueron recogidos.

sábado, 7 de mayo de 2011

Suceso en Corpus del siglo XV

Muchas son las fiestas que con gran solemnidad se han celebrado en esta iglesia, y debemos hacer mención de una que antiguamente se hacía en todas las parroquias de Córdoba y que han caido en desuso, sin que podamos expresar la época en que se ha suprimido. Tal era una procesión, en los dias de la octava del Corpus, recorriendo parte del barrio y rivalizando cada uno con el de la iglesia más inmediata. Un año, á mediados del siglo XV, la cofradía del Santísimo Sacramento de la Magdalena, á la cual pertenecía toda la nobleza del barrio, mucha y de la más principal, hizo grandes preparativos para su procesión o minerva, como en algunos puntos la llaman, y al efecto convidó a todos los demás nobles josdalgos de la ciudad, que acudieron gustosos, entre ellos un D. Luis Fernández de Córdoba, vecino de Santa Marina, joven apuesto y valiente; por con la gran dosis de orgullo de todos los de su clase, y más en aquella época en que se consideraban tan superiores a los demás. Formóse la procesión y como hubiera acudido mucha clase del pueblo, entre las que se veían los labradores de la gran población rural que tenía y aún tiene este barrio, fue preciso y justo, darles cirios o faroles, toda vez que en mayor o menor escala contribuían a esta festividad. Un honrado campesino, que aunque plebeyo, tenía el carácter independiente tan propio de los españoles, tomó lugar entre el D. Luis y los que llevaban los faroles o sea los más cercanos al palio, y juzgando nuestro noble que se rebajaba con aquello, le intimó, con esos modos con que los superiores de escaso talento manda a sus inferiores, a que le cediese el lugar y se fuese a otro sitio con los de su clase. Contéstole, que no la había en la presencia de Dios, que le iba muy bien y no le cedía el sitio; a esto siguieron dos o tres ligeras contestaciones, y no pudiendo el D. Luis contener los arranques de su orgullo y su soberbia, echó mano a la daga, atravesando el corazón del aquel infeliz, que sin vida, cayó muerto casi a los pies del sacerdote que conducía el Sacramento, el cual, aturdido, no sabía si continuar su marcha o qué determinación tomar, así como todos los concursantes, a excepción de la esposa de la víctima que, como una fiera, se arrojó sobre el asesisno impidiendo se entrase en sagrado, y por consiguiente dando lugar a que lo prendieran. Unos corrían, otros lloraban, muchos criticaban tan fea e improcedente acción y todos, a excepción de algunos parientes de D. Luis, estaban a favor del desgraciado, víctima del orgullo de nuestra nobleza, tan altanera con sus antiguas y ya caducas ejecutorias.
La procesión terminó en aquel momento: la gente se retiró: depositóse el cadáver en la iglesia, y D. Luis Fernández de Córdoba fue preso en la torre de los Donceles, que como la Calahorra y la Malmuerta, estaba destinada a prisiones de los nombres que cometian algún delito, siendo esta una de las muchas prerrogativas con que contaban los afortunados hijos de la aristocracia española. La Providencia que a todas los juzga iguales, no consistiendo que por el camino del crimen se llegue al puerto de felicidad, vino a burlar las influencias de la familia del preso que, dando primero largas a la causa, sistema ya entonces usado, e interponiendo después todo su influjo, llegó a alargar la esperanza de verlo muy pronto completamente libre de sentencia humana, sin ver que la del cielo ya pendía sobre su cabeza.
Un año había transcurrido; era por la tarde, y casi a la misma hora de la procesión avisaron a la parroquia que llevasen el Viático para un vecino de la calle de Abéjar; hacíase así, y a un tiempo salía por la calle de los Muñices la viuda del desgraciado hortelano y D. Luis se asomaba a las almenas de la primera torre, para ver la Majestad; ambos hincaron sus rodillas, y al pasar el sacerdote por entre ellos, vinose al suelo la piedra en que estaba apoyado D. Luis, cayendo también éste y una de las almenas, que le trituró el cráneo -!Justicia del Cielo!- dijo una voz: era la de la infeliz viuda, a la que un desmayo hizo caer al suelo.

viernes, 6 de mayo de 2011

LO IMAGINARIO DEL NATURAL

La cámara fotográfica, para mí, es un cuaderno de croquis,
el instrumento de la intuición y de la espontaneidad,
el maestro del instante que, en terminos visuales, cuestiona y decide
al mismo tiempo. Para " dar sentido " al mundo hay que sentirse
implicado en lo que se recorta a través del visor. Esta actitud
exige concentración, sensibilidad, un sentido de la geometría.
A través de una economía de medios y sobretodo olvidándose
de uno mismo se llega a la simplicidad de expresión.

Fotografiar es retener el aliento cuando todas
nuestras facultades convergen para captar la realidad huidiza;
entonces es cuando la toma de una imagen se convierte
en una gran alegría física e intelectual.

Fotografiar es, en un mismo instante y en una fracción de segundo,
reconocer un hecho y la organización rigurosa de las formas
percibidas visualmente que expresan y dan sentido a este hecho.

Es poner en el mismo punto de mira la cabeza, el ojo y el corazón.
                                         Es una forma de vivir.

                                                                            
                                                                                     Henri Cartier-Bresson

jueves, 5 de mayo de 2011

Sudor de sangre

Sucedió justamente en una de las casas que formaban la manzana de la Compañía. En la esquina sur de lo que hoy es plaza de las Tendillas. Sabido es que debajo de esta plaza, dicen los entendidos en estas cosas ocultas y extrañas, existe un lago, aunque no de gran profundidad, que hace como de depósito de todas las aguas que provienen de la sierra y allí se juntan y desde allí , por caminos ocultos y desconocidos, vierten al río. Pues cuenta la vieja historia que en una de esas casas vivía un célebre abogado llamado Ribera. Cuando llegó el verano y bajó el nivel del agua en el pozo que abastecía su domicilio, llamó a un pocero para que lo limpiase. Convinieron el precio y el día y a la hora exacta ya estaba allí el obrero dispuesto a empezar la faena. Le ataron una fuerte maroma alrededor del cuerpo, por debajo de los brazos, se metió en el pozo y le iban dando cuerda hasta que llegó al fondo. Ya casi al borde del agua había una piedra que salía de la pared; allí asentó los pies, se desató, y empezó el trabajo. Apenas dio el primer golpe sobre la piedra, se hundió todo el pozo y como en una lluvia torrencial se precipitó sobre él tan cantidad de barro, tierra y piedras que quedó como una estatua apresado contra la pared y sobre el pedestal que milagrosamente resistía toda aquella avalancha.

Tal fue el derrumbe sobre el pozo y tal la cueva que se abrió a su alrededor que la gente, cuando lo vieron, decían: "Estas son las bocas del infierno".

El pobre pocero permaneció allí por espacio de tres días hasta que lo pudieron rescatar. Cuando salió de su prisión decía : " La Virgen de la Fuensanta me ha librado del infierno y de la muerte, pues no he cesado de llamarla y he dado tantas voces que las metía en el cielo para que me oyese".

Cuenta la historia que fue tal la cantidad de barro y piedras que sacaron los hombres que ayudaron en el rescate que ya no cabía tanto material en las calles cercanas a la casa del accidente. A todos los edificios colindantes con el del pozo tuvieron que apuntalarlos antes de sacar al pocero del derrumbe. Asustado y vencido ya no podía gritar, sólo pedía a la Virgen de la Fuensanta que le conservase la vida. Por fin lograron llegar a él y con mucho cuidado lo fueron liberando de piedras y escombros y, estando presente ya la justicia, porque creían que había muerto, lograron salvarlo. La admiración fue cuando al aparecer ante el pueblo allí congregado, vieron que estaba bañado en sangre. Le quitaron la ropa por ver si estaba herido pero todo su cuerpo estaba intacto. La ropa toda tenía ensangrentada y el pelo de la cabeza y los ojos inyectados de sangre y el médico que le reconoció en el acto sentenció: " Que aquellos sudores y agonías de muerte, cuando son tan grandes fuerzan a la naturaleza que expele de sí sangre".

Todo el pueblo quedó conforme y él también, el pocero, que no cesaba de dar gracias a la Virgen de la Fuensanta, de la que era devoto.

miércoles, 4 de mayo de 2011

La Fuensanta

A principios de siglo XV, vivía en el barrio de San Lorenzo un pobre artesano que se ganaba la vida lavando y cardando lana bajo los álamos que bordeaban el arroyo del Camello, allí en su barrio, camino de la Magdalena. Cuenta la historia que Gonzalo, que así se llamaba, tenía a su mujer muy enferma y la cuidaba en casa porque llegó a quedarse paralítica. La hija que tenía el matrimonio había perdido la razón de tal forma que el padre sólo vivía para las dos y apenas podía cuidarlas y alimentarlas.

Una calurosa y eterna tarde de verano Gonzalo se sintió desesperado y tan acosado de la necesidad que echó a andar, sin saber adónde iba. Cortó por Puerta Nueva y siguió la veredilla que llevaba al Río, por el arroyo de las Piedras, hasta que le cortaron el paso los tapiales de la huerta de Albacete. Mientras los rodeaba iba cogiendo moras de las zarzas que los cubrían y se iba olvidando su amargura. De pronto notó que delante de él, y también recogiendo moras, se le venían acercando dos hermosísimas jóvenes y un muchacho igual de radiante y hermoso. La primera doncella se diridió a él y le dijo: " Gonzalo, toma agua de aquella fuente que está bajo los árboles y dásela, con confianza en Dios, para que la beban tu mujer y tu hija, y sanarán de sus enfermedades".

Gonzalo ante aquellas palabras quedó atónito y no supo qué responder, pero en su corazón nació la esperanza y pensó para sí que tan bellas mujeres, seguramente, eran la Virgen María, de la que era muy devoto, y los Santos Patronos de Córdoba, San Acisclo y Santa Victoria. Esto estaba pensando, sin atreverse a hablar y ni siquiera a mirarlos, cuando el joven dijo: " Haz lo que te ordena la Madre de Jesús, que yo y mi hermana Victoria, porque somos patronos de esta ciudad, lo hemos alcanzado de la Virgen, Nuestra Señora".

El corazón de Gonzalo ardía en deseos de agradecimiento y deseaba empezar a cumplir lo mandado cuanto antes. Buscó con la mirada el agua de entre los árboles, y allí estaba, al pie de una higuera, manando la fuente. Quiso salir corriendo hacia ella pero volvió la vista hacia los mensajeros, que ya no estaban. Corrió a una alfarería cercana, trajo una vasija suficiente y nueva y con ella llena de agua marchó a casa. Corrió a contar a sus mujeres lo ocurrido y les dio a beber el agua. Las dos enfermas al poco tiempo sanaron y con ellas cuantos enfermos bebieron el agua de la sagrada fuente; de la Fuensanta.

Veinte años después de estos hechos vivía en la Albaida un pobre ermitaño que estaba al borde de la muerte por causa de una hidropesía incurable que lo atormentaba. Fue a la Fuensanta, bebió el agua y le curó; pero él pedía a Dios que le descubriese por qué aquel agua, y sólo el agua, le había curado.

El ocho de septiembre, festividad de la Natividad de Nuestra Señora, oyó una voz que le dijo, para su tranquilidad, que en el tronco de aquella higuera salvaje que crecía junto a la fuente había encerrada una imagen de la Virgen, y que, puesta allí por los antiguos cristianos, el árbol la había cubierto con su madera para hurtarla a los ojos de los moros, infieles y perseguidores de nuestra religión. A la mañana siguiente el ermitaño corrió a contar lo que había escuchado al señor Obispo. Éste hizo cortar el cabrahígo y, efectivamente, apareció dentro del cuerpo del ábol la sagrada imagen de la Virgen que se venera en el Santuario de la Fuensanta.

Para celebrar el hallazgo de la imagen, " acudieron las autoridades, el clero y casi todos los habitantes de Córdoba formando todos una procesión que en medio de gran alegría, aumentada por el repique de tantas campanas como entonces había, y del disparo de cohetes y arcabuces, llegó con la imagen hasta la Catedral y allí la depositaron hasta que se edificó en el lugar que ocupaba la higuera el primer humilladero junto a la fuente del gran agua milagrosa" (Ramírez de Arellano).

" Nota histórica: Reynaldo Don Juan el Segundo y siendo obispo de esta ciudad Don Sancho de Roxas, fue hallada milagrosamente esta Santísima Imagen en el hueco de una higuera cerca de la fuente que llaman Santa, año de 1420. El Cabildo de la Catedral en este sitio, heredad suya llamada Huerta de Albacete, le labró este Santo templo y colocó en él la Imagen con procesión general".

martes, 3 de mayo de 2011

El Campo de la Verdad

Sucedió en tiempos del rey don Pedro, el Cruel, de Castilla.

Cuenta la vieja historia que don Pedro había ofrecido el saqueo de Córdoba al moro de Granada si le ayudaba a conquistarla. El rey de Granada trajo cuantas tropas  pudo juntar y lo mismo hizo el castellano. Cuentan que se juntaron a las afueras de Córdoba, al otro lado del puente y la Calahorra, más de veinte mil soldados. Los granadinos atacaron con coraje y sobrepasaron la fortaleza y el puente y llegaron a abrir hasta seis portillos en la muralla del Alcázar. Después se extendieron por las calles de la ciudad y ya empezaron el saqueo.

El adelantado de Córdoba y los demás generales responsables de la seguridad estaban indignados al ver que los soldados cristianos parecían consentir el saqueo y se dejaban arrollar por la morisma. Por fin tuvieron que salir las mujeres, madres y hermanos, de Córdoba para afear su conducta y de repente los antes cobardes, se convirtieron en fieros leones que atacaron con tal brío a los moros que los tenían tan acosados, que los obligaron a huir arrojándose muchos por la muralla al río para salvar la vida.

A pesar de todo, los dos aliados volvieron a atacar a la ciudad al día siguiente, pero los sitiados tomaron por lo general al Adelantado con los soldados disponibles, y multitud de caballeros y gente voluntaria juraron, antes de entrar en combate, vencer o morir.

Cuando ya estaba todo preparado se corrió la voz, insidiosa y falsa, de que el Adelantado don Alonso Fernández de Córdoba se había puesto al frente de la resistencia para así entregar la ciudad al rey de Castilla. Su madre, doña Aldonza de Haro, y porque oyó el comentario, se presentó ante él cuando ya llegaba el ejército al puente y le dijo: "Mira, hijo, que me dicen que sales a entregar la ciudad a nuestros enemigos: recuerda que en nuestro linaje no ha habido traidores. No hagas menos que nuestros antepasados".

Y don Alonso respondió: "Señora, en el campo se verá la verdad".

Pasó el ejército y los voluntarios el puente y don Alonso mandó romper y cortar dos arcos del puente y dijo a los suyos: "¡Pensad que venimos a vencer o morir!"

Por supuesto que ganaron la batalla y volvieron a Córdoba pasando el río por el vado que desde entonces se llama del Adelantado o del Adalid.

Desde entonces también dio en llamarse a aquella parte de Córdoba "el Campo de la Verdad".



lunes, 2 de mayo de 2011

El terremoto en la Catedral

El día uno de noviembre de 1755 fue sábado y, como marca la liturgia, se celebraba la festividad de todos los santos. Este fue un día aciago y siniestro para los habitantes de la ciudad de Córdoba y ha quedado señalado para siempre con letras de dolor en su historia. Este día sucedió el terremoto más violento, general y terrible que ha sacudido nunca a toda España y por tanto a Córdoba; como si hubiese caído del cielo una tormenta de bombas, así fue el terrible estruendo que se oyó por toda la ciudad. Eran pasadas las diez de la mañana de aquel día uno de noviembre de 1755.

Por ser el día tan señalado estaba la Catedral atestada de fieles que seguían con gran devoción y sentimientos los oficios que se ofrecían en honor de todos los santos, igual que el día siguiente se habrían de celebrar por todos los difuntos.

El oficiante estaba ya rematando el sermón "cuando empezaron de repente sordos y profundos estampidos, el crujir de los retablos y el chirriar de las bóvedas, el incierto vibrar y cimbrearse de paredes y columnas..." Como una lluvia de escombros golpeando los tejados caían sillares desprendidos de la torre que rodaban por el Patio de los Naranjos; dentro de la Catedral crujía, como para destruirse de cuajo, el crucero y los remates, frisos y cornisas se desgajaban de él y caían...

Las gentes aterradas empezaron a huir sin tino; unos corrían a refugiarse al presbiterio, otros al Sagrario y los más asustados, salían corriendo a las calles que rodean el templo. La mayor parte de oficiantes y asistentes huyeron también despavoridos y asustados. El celebrante asistido de los diáconos y, viendo que el terrible fenómeno no acababa, sacó del Sagrario el Santísimo Sacramento y lo puso en el altar ante los pocos fieles que habían tenido el valor de esperar y allí permanecían hasta que Dios dispusiera de sus vidas.

Pasó un tiempo, largo como la eternidad, y llegada la calma se reanudó la ceremonia y, cuenta la historia, que los únicos cantos que hubo en tan accidentada celebración sólo fueron los lamentos y clamores de los presentes y el tañer descompasado y triste de las campanas de la torre.

Dos veces más se volvió a repetir durante el santo sacrificio esta tremenda y memorable escena del terremoto; dos veces expuso el celebrante al Santísimo a la adoración y ruegos de los fieles permaneciendo él impávido en el altar como su fiel ministro que era, dispuesto a dejarse sepultar bajo la desquiciada mole del templo, mientras todo a su alrededor era terror de muerte, tropel desordenado de gentes y gritería. La fábrica del crucero, el coro y muchas capillas de la Catedral quedaron muy quebrantadas; la torre sufrió tales vaivenes que después de haberse desplomado de ella muchas piedras y una gran cornisa, un barandal entero y diferentes escudos y piezas de adorno, se abrió por los cuatro frentes del segundo cuerpo y rompió todas las claves, arcos, claraboyas y ventanas. Las campanas que habían estado sonando solas de pronto enmudecieron, como si diesen por alejado el peligro.

Pasado el susto, todo el pueblo de Córdoba agradeció a San Rafael su ayuda, pues se la habían pedido los fieles muy fervorosa e insistentemente ante el Santísimo Sacramento. La verdad fue que ningún cordobés, o habitante de Córdoba, murío por causa de aquel terrible fenómeno natural. A partir de entonces creció sobre manera la devoción al custodio de Córdoba, san Rafael, determinando el Cabildo y las autoridades que, desde entonces y para siempre, se hiciese una procesión solemne hasta la iglesia de su advocación el día siete de mayo, que es la fecha en que se conmemora la aparición del Santo Arcángel al padre Roelas; y desde entonces así se ha hecho.