domingo, 25 de diciembre de 2011

Escena en el café. Caramel



La escena en el café de la película "Caramel" es sencillamente mágica, la conversación entre el policía y la dueña del salón de belleza, es una de las escenas de las que se te queda en la retina, mención aparte de la esquisita melodía.
Caramel es una coproducción franco-libanesa, de Nadine Labaki del año 2007, es una película de mujeres, con toques del cine de Almodovar, no os defraudará.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Películas para la historia. Calle Mayor

En una ciudad de provincias una mujer soltera llamada Isabel (Betsy Blair) es objeto de burlas de un grupo de hombres que, pretendiéndose mofar de ella, convencen a Juan (José Suárez) para que finja un falso enamoramiento.
Continuando con el espíritu abierto en las famosas e influyentes Conversaciones de Salamanca, y profundizando en la disección de la sociedad que le ha sido impuesta, continúa Bardem desarrollando y perfeccionando el “realismo crítico” en su vertiente más dura y directa, que ya iniciara en “Muerte de un ciclista”, y que poco a poco le irá distanciando del estilo más sarcástico de su compañero Luis García Berlanga.
En “Calle Mayor”, examina la mediocridad de la vida en una pequeña ciudad de provincias, en la lastimosa España de los cincuenta (a pesar de la narración del prólogo, impuesta por la censura, que la sitúa en un lugar indeterminado).

El guión describe la ejecución de una macabra broma, maquinada por el grupo de señoritos que “se aburren”, contra una infeliz solterona, a la que, sin ningún respeto, nada les importará enterrar en su definitiva e irreversible frustración.
El verdadero acierto de Bardem, no va ha ser solamente la dura descripción de tan desagradable hecho. El estudio de las reacciones de los personajes centrales, víctimas del entorno en el que les ha tocado vivir; el examen del comportamiento de unos gamberros, que en su vida profesional responden brillantemente, pero que el ambiente cotidiano no les ofrece ninguna alternativa coherente a su conducta personal; y el análisis de la deprimente sociedad en la que se desenvuelven todos ellos, nos ofrece un completísimo mosaico de lo que era esta nación; encorsetada por una moral pacata e hipócrita, y por unas costumbres machistas y misóginas. Todo ello bendecido por una absoluta incultura, promovida desde los círculos del poder político y religioso.

La película, además del argumento central y del angustioso ambiente en el que se desarrolla, destila continuas referencias puntuales que completan la denuncia de un anquilosamiento social y cultural, que reclamaba urgentemente la huida hacia renovados objetivos.
Angel Lapresta

viernes, 7 de octubre de 2011

Mis libros. Sostiene Pereira

Sostiene Pereira

Con esta novela, una de las cumbres de la literatura de esta década, Antonio Tabucchi logró la unanimidad de la crítica, los más prestigiosos galardones y la respuesta masiva de los lectores. Lisboa, 1938. La opresiva dictadura de Salazar, el furor de la guerra civil española llamando a la puerta, al fondo el fascismo italiano. En esta Europa recorrida por el virulento fantasma de los totalitarismos, Pereira, un periodista dedicado durante toda su vida a la sección de sucesos, recibe el encargo de dirigir la página cultural de un mediocre periódico, el Lisboa. Pereira tiene un sentido un tanto fúnebre de la cultura: prefiere la literatura del pasado, dedicarse a la elegía de los escritores desaparecidos, preparar necrológicas anticipadas. Necesitado de un colaborador, contacta con un joven, Monteiro Rossi, quien a pesar de haber escrito su tesis acerca de la muerte está inequívocamente comprometido con la vida. Y la intensa relación que se establece entre el viejo periodista, Monteiro y su novia Marta, cristalizará en una crisis personal, una maduración interior y una dolorosa toma de conciencia que transformará profundamente la vida de Pereira. En esta novela, Tabucchi ha conseguido crear un inolvidable personaje que sin duda dejará una profunda huella en el lector, Pereira. Y con la historia de este periodista, Tabucchi nos ofrece también una espléndida historia sobre las razones de nuestro pasado que pueden ser perfectamente las razones de nuestro incierto presente.
 
 

martes, 6 de septiembre de 2011

Mis libros. Platero y yo

Suele creerse que yo escribí Platero y yo para los niños, que es un libro para niños.
No. En 1913, "La Lectura", que sabía que yo estaba con ese libro, me pidió que adelantase un conjunto de sus páginas más idílicas para su "Biblioteca Juventud" Entonces, alterando la idea momentáneamente, escribí este prólogo:
Advertencia a los Hombres que lean este libro para niños
Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, está escrito para... ¡Qué sé yo para quién!..., para quien escribimos los poetas líricos... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!
"Dondequiera que haya niños- dice Novalis-, existe una edad de oro". Pues por esa edad de oro que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca.
¡Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños; siempre te halle yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa me dé su lira, alta y, a veces, sin sentido, igual que el trino de la alondra en el sol blanco del amanecer!
El Poeta
Madrid, 1914

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas.... Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal....
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel....
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña ... pero fuerte y seco como de piedra. Cuando paso sobre él los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
--Tiene acero ...
--Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

martes, 23 de agosto de 2011

Películas para la historia "La huella"

Olivier es un famoso escritor de novelas de misterio con pasión por los juegos y las adivinanzas. Caine es el propietario de una cadena de salones de belleza con pasión -correspondida- por la mujer de Olivier. Ambos mantienen un encuentro en la mansión del primero, el cual ofrece a su rival un estudiado plan para resolver sus diferencias beneficiándose mutuamente. Así, mano a mano, merced al talento innato de dos "monstruos" de la interpretación, asistimos a uno de los duelos actorales más magistrales de la historia del cine. Basada en la obra de Broadway ganadora del premio Tony, obtuvo 4 nominaciones a los Oscar; mejor interpretación a ambos actores, mejor director y mejor banda sonora. Una intriga teatral que atrapa sin remedio. (Pablo Kurt: FILMAFFINITY)

sábado, 16 de julio de 2011

Películas para la historia "El hombre elefante"

Un eminente cirujano y profesor universitario llamado Frederick Treves (Anthony Hopkins) descubre en una feria ambulante a un joven (John Hurt) que es utilizado vilmente como espectáculo de freaks.
Su nombre es el de John Merrick, un personaje deforme a causa de un accidente sufrido por su madre con un elefante en tierras africanas cuando aquella se encontraba embarazada.
Merrick, un ser que derrocha amabilidad y bonhomía con la gente que le rodea, intentará ser ayudado en su inhumano sufrimiento por el caritativo médico.

Sensacional película llena de emotividad y efusión afectiva. David Lynch (en su segundo largometraje tras "Eraserhead") utiliza aquí su trazo más sensible para dibujar con mano maestra la triste vida de John Merrick, dramatizando el caso real hasta extremos harto dolorosos, dolor que van padeciendo con el personaje principal los propios espectadores (hasta tal punto está conseguido el sentido de la compasión y desconsuelo que desprende la extraordinaria caracterización de John Hurt).

El ambiente decimonónico está maravillosamente conseguido por parte de una fotografía en blanco y negro repleta de claroscuros obra de Freddie Francis, un veteranísimo operador y director de cine que había trabajado con asiduidad para los legendarios estudios Hammer.

La agria e irreal atmósfera lograda por Lynch y Francis crea un afligido y sombrío cuento victoriano que destapa con gran habilidad su mensaje de tolerancia y respeto con escenas y planos sobrecogedoramente efectivos: el Dr. Treves llorando hiératicamente cuando contempla por primera vez al "hombre elefante" mientras la cámara se acerca sutilmente a su rostro y de fondo se escuchan las voces hostiles que rodean al mal llamado monstruo; la secuencia en casa de la familia Treves; momento en que el médico le presenta a su esposa y ésta escucha mientras toman el te a John Merrick hablar sobre su difunta madre sin aguantar el llanto que interrumpe su mansa voz en una escena que muere en un suave fundido; y, sobre todo, la estremecedora secuencia ocurrida en la estación de tren, cuando Merrick es acorralado por una muchedumbre violenta y desesperado grita "No soy un animal.......soy un ser humano........soy un hombre.." al mismo tiempo que sus palabras van perdiendo fortaleza.

Un cálido hogar y amigos eran dos de las cosas básicas que necesitaba un ser humano distinto en apariencia, quizá feo...pero idéntico y bello en su interior...y eso es lo único que verdaderamente importa.
Magistral tacto narrativo y magistrales actuaciones de Anthony Hopkins y John Hurt.
La película obtuvo ocho nominaciones al Oscar sin ganar ninguno (de manera injusta Freddie Francis no estuvo ni tan siquiera optando a la estatuilla).
http://youtu.be/G6Kspj3OO0s

sábado, 25 de junio de 2011

Películas para la historia " Eduardo manostijeras"

En un tenebroso castillo que se alza sobre una colina, un inventor le dio vida a un joven, le dio sentimientos, le dio corazón, le dio brazos, piernas y rostro, pero no le dio manos. En lugar de estas, el sujeto poseía unas filosas tijeras. Un día como cualquier otro, el joven saldrá de su aislamiento, solo para descubrir un mundo alterno, un mundo donde todo parece ser maravilloso, donde a pesar de que jamás será comprendido, encontrará la amistad y mas importante aun, el amor verdadero.
La indiscutible obra maestra del joven prodigio Tim Burton, quien tras el enorme éxito comercial de Batman (1989) se dedicó a una obra más personal. Junto a la guionista Carolina Thompson ideó una historia sobre un ser de otra naturaleza, un incomprendido, un freak envuelto en una encantador y enternecedor cuento de hadas con un toque mágico y oscuro, característicos del universo particular de su excéntrico autor.
Perfecta encarnación de Edward, de la mano de Johnny Depp, con una relajada e inquebrantable encarnación de inocencia y torpeza. Perfectas también las actuaciones de la bella Wynona Ryder, y en especial la del gran Vincent Price, en su última y gloriosa aparición en el celuloide, el ídolo eterno del autor de esta magnífica cinta.
Una fábula rodeada por un halo oscuro, inspirado en las cintas de horror de la factoría Hammer y las temáticas universales de los cuentos medievales, un castillo, un inventor, un monstruo, una damisela, una multitud colérica, y el amor entre opuestos, todo se da cita aquí tomando parte en la cotidianeidad de un típico suburbio americano; un hermoso contraste diseñado por el fotógrafo Stefan Czapsky.
Mención a parte a La hermosa partitura de Danny Elfman redondeando toda la obra bajo el manto de lírica casi celestial.
Pierluigi Puccini


miércoles, 22 de junio de 2011

Películas para la historia "De repente el último verano"

Basado en una novela del magnífico escritor, alcohólico, gay y depresivo Tennesee Williams ("un tranvia llamado deseo", "la gata sobre el tejado de zinc", etc...), escrito después de que su hermana Rose, afectada de esquizofrenia paranoide, fuera lobotomizada con permiso de sus padres al no responder a los tratamientos farmacológicos. Tennesse jamás perdonó tal hecho a sus padres y las consecuencias que supuso, ya que Rose quedó idiotizada para el resto de su vida.

En 1959 el director Joseph Leo Mankiewizc ("La condesa descalza", "Eva al desnudo", "Carta a tres esposas", "La huella"), otro personaje controvertido de Hollywwod tuvo la idea de convertirla en película y quiso contar para ello con nada menos que Monty Cliff, Elisabeth Taylor y Katharine Hepburn.

En el propio guión del film participó Tennesee, conviertiéndose este en un guión oscuro, retorcido, enrevesado y poético.

Mankiewizc, como sabemos, es un gran director de actores, no en balde sabe rodearse de los mejores, especialmnete de actrices de gran caracter, y aquí el lucimineto de la gran Liz Taylor es espectacular. Seria algo así como la joven sobrina del personaje de Katharine Hepburn, ingresada en un psiquiatrico preparandose para que un Monty Cliff neurocirujano y enamorado de ella solo al verla tenga que operarla. Sebastian, su primo, falleció el último verano, para desdicha de su delirante madre(Katharina Hepburn). El conflicto de Edipo, pero al revés, es decir, adoración extrema de una madre por su hijo está llevado al extremo y la interpretación de burgesa delirante de Hepburn es genial. Todos esos elementos, una preciosa fotografia en B/N, unas imágenes que hablan por sí mismas, especialmente en el tremendo desenlace donde nos entermanos de como fue la muerte del no tan maravilloso Sebastian, el papel que jugó su madre, etc.. hacen del film una obra extraña y francamente interesante de ver.
 
 

lunes, 6 de junio de 2011

El caso del malvado posadero del Potro

Hay en esta plazuela una posada con el título del Potro, que hacen subir su existencia al siglo XIV. Cuéntase una tradición, fabulosa para nosotros, bastante novelesca y digna de fijar nuestra atención. El mesonero era un hombre de cortísima estatura, corcovado y de traidora mirada, el cual había llegado a adquirir entre sus convecinos gran fama de rico y mal intencionado.
Una noche de esas que infunden más pavor por el ruido que arman los vendavales al estrellar contra las puertas y ventanas el agua que cae a torrentes sobre los campos y ciudades, llamaron a la puerta del mesón del Potro, y a la opaca y vacilante luz del farolillo que pendía de la callosa mano de aquel hombrecillo se vio penetrar en el mesón, y sobre un fogoso caballo, a un apuesto y aguerrido joven que por su traje dio a conocer ser capitán de las tropas del rey don Pedro, apellidado el Cruel. Entregó su hermoso alazán para llevarlo a la cuadra y, mientras le preparaban hospedaje, se dirigió a la lumbre, rodeada de otros viajeros, todos de menos calidad, que al verlo se apartaron y descubrieron, demostrando el respeto que les infundía el traje del recién llegado.
En una puerta cercana asomóse, atraída por la curiosidad, una gallarda joven, cuya presencia y modales desmentían ser hija del mesonero, como todos aseguraban. Éste llegó a seguida, y con ademán grosero la intimó a retirarse, pero no tan pronto que el capitán no se hubiese fijado en ella con extraña curiosidad. El capitán sentose, poniendo a su lado una pequeña maletilla que cuidadosamente guardaba, y se enjugaba el empapado capotillo cuando se le acercó el mesonero preguntándole con la amabilidad posible en aquel rostro y voz de hiena:
-Supongo que desearéis cenar, caballero.
-Cansado en sumo grado me encuentro, pero no me vendría mal alguna magra y un trago de vino, por muy avinagrado que esté el que preparéis a vuestros huéspedes.
-En este mesón, señor capitán, se distingue a las personas según su clase, y así se les trata, pues no todos pueden pagar lo mismo.
-Entonces lo que tú distingues es la bolsa y no al sujeto. Vamos pronto, para retirarme, que temprano he de partir.
-¿Vais a Sevilla? ¿Tal vez allí os espera el rey?
-Allá voy. Pero eres demasiado curioso, y te advierto que no estoy dispuesto a satisfacer muchas preguntas; con que dile a esa moza que me sirva la cena, y basta de averiguar lo que no te importa.
-Yo mismo os serviré, porque os quiero distinguir entre todos los hospedados en mi mesón. Además, mi hija es tan corta de genio que no acertaría a serviros como merecéis.
-¿Y por qué tienes así encerrada a una mujer tan hermosa y la tratas con tal despego?
- Señor, cada cual se entiende en su casa. Además, me habéis prohibido haceros preguntas y no dudo me concederéis igual derecho respecto a lo que a mi compete
-Tienes razón. Despacha pronto.
Sirviole a seguida un pernil de carnero y unos bizcochos que sólo podía masticar una dentadura de veinticinco años, y tras un trago de vino del país, que aún se elaboraba mucho en Córdoba, se puso en pie, preguntando cuál era su cuarto, sin soltar un momento la maletilla, que ya iba excitando la codicia del mesonero.
-Os tengo al corriente el mejor aposento del mesón, al extremo del pasadizo alto, donde no seáis molestado por los demás viajeros ni por el ruido de las caballerías. Yo os guiaré.
El mesonero echó a andar y el capitán lo seguía a corta distancia; mas al pasar por delante de otro cuarto se entreabrió la puerta y vio el rostro de la encantadora joven, que le dijo: "Caballero, no durmáis", cerrando a seguida para que no se apercibiesen de lo ocurrido.
La estancia preparada al capitán era por su aspecto, tal vez, la mejor de todo el mesón, mas no por eso pasaba su mueblaje de la cama, cuatro o seis asientillos y una mesa, sobre la cual colocó el posadero la lamparilla, diciendo: "Si vais a continuar mañana vuestro viaje os llamaré en cuanto amanezca". Un signo de aprobación fue la respuesta, y todo quedó en silencio.
A pesar del valor tantas veces demostrado en los mayores peligros al lado del rey don Pedro, el capitán permaneció despierto, meditando acerca del aviso de la gallarda joven, cuando era la hija del mesonero, si bien su rostro encantador y sus finos modales parecían desmentirlo. La noche se prestaba también a desterrar el sueño. El viento y el agua azotaban las puertas de la ventana, y la luz de los relámpagos permitía ver las rejas, convirtiéndolas en extrañas celosías. Abriolas al fin el vendaval y, apagando la luz de la lamparilla, dejó a nuestro apuesto mozo sin la única compañera que le ayudaba a disminuir los mil fantasmas que parecíale ver en el espacio. Mas a poco oyó como abrir una puertecilla; entonces retirose a un rincón, esgrimiendo la espada, pendiente aún de su cintura. Nada se oía; pero no dudaba del ruido, y sus ojos se dirigían con avidez a todos los rincones, por si a la luz de los relámpagos lograba divisar algún objeto.
Bajo el lecho en que el viajero pensaba hallar el apetecido descanso vio, al fin, la siniestra figura del mesonero, con la cabeza asomada por una trampa que había en el suelo, observando sus movimientos y, sin duda, esperando a que el sueño lo rindiera. Furioso de ira y coraje tiró un mandoble hacia aquel lugar, y en seguida se arrojó por la ventana a un corralillo, donde se preparó a vender bien cara su vida; mas, casi instantáneamente, se le apareció la hija del posadero envuelta en un manto y, agarrándolo de una mano, le dijo: "Por aquí, caballero, por aquí; idos y contad al rey lo que pasa en el mesón del Potro".
El capitán atravesó una pequeña caballeriza, y a seguida encontrose en el patio principal del mesón, donde ya algunos arrieros estaban arreglando sus cabalgaduras para partir y otros se preparaban a sacar sus mercancías al rastro. "¡Eh, mesonero!", exclamó fuera de sí. Más a seguida reflexionó que debía obrar con la mayor cautela. No tardó aquel extraño ente en presentarse. Pidiole la cuenta y le mandó traer la maletilla que había dejado en su aposento, en tanto que él preparaba su alazán.
-¿Por qué habéis dormido tan poco? –preguntó aquella raquítica figura, volviendo y entregando la maleta-.
-No lo sé -contestó el capitán-; preocupado, sin duda, con la urgencia de partir e indispuesto con la pesada cena que me disteis, he pasado la noche soñando, y al fin resolví dejar el lecho donde tan incómodo me encontraba. Tomad vuestro dinero y Dios os dé buena suerte.
Las pesadas puertas del mesón del potro giraron sobre sus pernos, y el capitán salió en dirección a la puerta de Sevilla, por donde emprendió su viaje para aquella entonces corte del rey don Pedro.
Por breves momentos nos trasladamos al Alcázar de Sevilla, donde a los cinco o seis días fue recibido el capitán por Su Alteza, que más como a hermano que como súbdito lo miraba. Diole cuenta del desempeño de su cometido. Mereció ser aprobado, y después contó cuanto le había ocurrido en Córdoba, siendo oído con marcadas muestras de aprecio y curiosidad. Al cabo, le dijo don Pedro:
-Me parece, capitán, que la hermosa mesonera os hizo perder el seso, y que ésa es la causa principal de tan extraña aventura. Sin embargo, iremos a Córdoba y yo os prometo averiguar la verdad de todo. Os juro que si allí se encierran esos crímenes que sospecháis, el mesonero del Potro ha de ser el escarmiento de todos los de su clase.
Un mes habría pasado de aquella extraña escena cuando Córdoba supo con asombro que el rey don Pedro se encontraba en su Alcázar, sin previo aviso al corregidor. Éste, con los caballeros treces, después veinticuatros, se le presentaron a la mañana siguiente, siendo sorprendidos por la orden del comarca de no separarse de su persona hasta llevar a cabo una diligencia que por sí propio había de evacuar, acompañado de todos. A poco salieron del Alcázar y dirigiéndose hacia el Potro penetraron en el mesón, cuyo dueño se presentó, al parecer tranquilo, hasta que vio al capitán; entonces quedó convulso y aterrado.
Recorrieron todo el edificio, hallaron una trampa o puertezuela bajo el lecho que servía a los viajeros ricos, sacaron a la joven, que se abrazó a los pies del rey pidiéndole venganza, desenterraron infinidad de cadáveres y encontraron cuantiosas alhajas y ropas robadas a los desgraciados que sufrieron la muerte cuando tranquilos y confiados se entregaban al sueño. De uno de ellos era hija la encantadora y desgraciada joven que tanto interesó al capitán.
Una fiera, en sus momentos más rabiosos, no era comparable al rey don Pedro que, agarrando al mesonero del cuello, le hizo salir de un empellón a la mitad de la plaza.
- Y tú corregidor- gritó descompuesto-, ¿tú no sabías esto? ¡Ira de Dios, y aun me llamareís cruel al castigar a ese infame! Pronto, mis verdugos, agarrad a ese reptil, atadle las manos a la reja de su mesón, traed los dos primeros potros que ahí encontráis y amarrándole a ellos los pies, azotadlos para que el empuje lo despedacen.
Un grito de horror sonó en todos los presentes y que don Pedro apagó, exclamando de nuevo: “Silencio, el que no quiera sufrir la misma suerte”. Momentos después los brazos del mesonero pendían de la reja; el cuerpo había sido arrastrado hacia la calle de Lineros, entonces la Curtiduría.
Don Pedro entrgó al capitán como esposa la bella joven, que era nobles y honrada, con todas las riquezas que allí se encontraron, y volviéndose al corregidor y caballeros treces, les dijo estas significativas frases:
-Ya que no sabes ejercer en mi nombre la justicia que te he confiado, he venido en persona a enseñarte tu deber; mas ten entendido que si a hacerlo otra vez me obligas haré recordad en ti al mesonero del Potro.
No fabulosas, como creemos la anterior tradición, sino desgraciadamente verdad, pudiéramos referir a nuestros lectores multitud de escenas sangrientas acaecidas en los alrededores del Potro. Mas en su mayor parte no excitan interés por vulgares, consecuencia de lo descuidada que es la educación del pueblo y del exceso en el uso de las bebidas embriagadoras.


sábado, 4 de junio de 2011

La Corredera, escenario de ejecuciones

Durante siglos ha sido éste el lugar en que se efectuaban las ejecuciones de los sentenciados a la última pena en horca o garrote impuesta a los reos por los tribunales respectivos. El autor de los Casos raros nos cuenta una que por lo ingeniosa merece consignarse.
* En 1574 cometió cierto crimen un ahijado de don Enrique Guzmán, caballero muy principal en ésta, quien, queriéndolo librar de la muerte, llamó en secreto al verdugo, y dándole una gruesa cantidad le exigió la salvación de aquel desgraciado. Convinieron en ello, y metiendo los cordeles que habían de servir para la ejecución en un horno, los tuvo allí hasta que se pasaron, de modo que al lanzarse con el reo desde la horca se rompieron, cayendo ambos al suelo. Entonces se echaron sobre él los hermanos de la Santa Caridad y entablaron competencia con la justicia, que pretendía se llevase a cabo la sentencia que por lo pronto se suspendió. Don Enrique, deseando evitar mayores males -porque prendieron al verdugo, que confesó su estratagema-, se marchó a Madrid y contó francamente lo ocurrido al rey, quien, haciéndole gracia el ardid, los perdonó a todos, mandando concluir el proceso.
* Otras dos ejecuciones del siglo XVI encontramos en cierto manuscrito, ambas dignas de reseñarse por considerarlas curiosas. En 1580 sufrió la muerte en horca un soldado que habiendo tenido cuestión con una mujercilla de mala nota, con quien sostenía relaciones amorosas, la sacó al campo y la mató, cortándole además los pechos y haciendo con ella otras atrocidades por el estilo. Sentenciado a la última pena mostró su arrepentimiento, ansiando recibir la comunión, que le negaron, según costumbre hasta entonces. Pero el rey Felipe II, a quien consultaron, resolvió en sentido afirmativo y por consiguiente éste fue el primer desgraciado de esta clase que recibió dicho consuelo.
* El otro caso ocurrió en 1599. Un caballero de Córdoba, muy conocido por su apellido y ascendencia, fue sorprendido por la autoridad fabricando monedas falsas, operación a que le ayudaba su lacayo, al que ahorcaron en la Corredera, salvándose el primero con sólo una sentencia de destierro, lo cual muestra que ya entonces imperaba el favoritismo, puesto que se hizo el escarmiento en el infeliz que no había hecho otra cosa que obedecer las órdenes de su amo, principal perpetrador de aquel crimen.
* En los papeles procedentes de la hermandad de la Misericordia -que se servía en un hospital de la calle de Mucho Trigo, y que refundida en la de Santa Lucía, que se extinguió hace pocos años en la parroquia de los Santos Nicolás y Eulogio de la Ajerquía- hemos visto que su principal objeto era recoger y dar sepultura a los cadáveres de los infelices muertos por sentencias judiciales. Y entre los muchos apuntes que allí hemos examinado encontramos las ejecuciones siguientes en la Corredera: Juan Sánchez, 17 de diciembre de 1639; Rodrigo Guillén, 5 de julio de 1641; Juan Pérez, 5 de marzo de 1644 ; Juan Gil, 24 de junio del mismo; Pedro García y Pedro Quevedo, 11 de julio de ídem; Tomás González Bravo, 16 de noviembre de 1645; Juan Gil, 16 de febrero de 1647; Pedro Medina, Manuel Rodríguez y Tomás Pérez, 5 de abril del mismo; Alonso Gómez,3 de julio de ídem; Juan Ramos, 22 de septiembre de 1649; Juan de la Cruz, 13 de enero de 1652; Antonio de Rojas, 25 de enero del mismo; Domingo Fernández, 25 de julio de 1657; Alonso Martín Castellanos, 22 de julio de 1669; Pedro Rodríguez, 14 de agosto de 1671; Alonso de Benavente, 28 de agosto de 1653; Fernando Prieto, 12 de enero de 1656; Miguel Ramírez Sedeño, 11 de abril de 1674; José de Ramos y Luisa Estrada, en 3 y 7 de agosto de 1674; Fernando García, 18 de agosto de 1656; Juan Martín Peñalosa, 29 de marzo de 1677; Juan Díaz Capilla, 1 de junio de 1680; Baltazar de Herrera, 14 de marzo de 1686; Diego Rodríguez Barco, 20 de marzo de 1698; Manuel González, 29 de julio de 1699; Antonio Rodríguez, 20 de diciembre de 1688; Lucas Rojano, 24 de abril de 1703; don Juan García Cacoma, 28 de abril de 1707; Juan José de la Peña, 16 de diciembre de 1728; Alonso Garrote, 29 de abril de 1730; Manuel Ponferrada, Alonso Cabello, Francisco Javier y Ventura y Bartolomé Navarro, en 16 de marzo de 1739, y Juan Ramos, en 12 de noviembre de 1739.
* El verdugo o ejecutor, como en estos tiempos le llaman, ejercía por lo regular dicho oficio con 600 reales al año, y el de pregonero con 382; pero a la vez cobraba sus derechos, que debían ser convencionales, por la notable diferencia que en ellos hemos advertido en algunas cuentas del Ayuntamiento. En ellas consta que en 1780 era verdugo Juan Montano, el cual percibió la cantidad de 44 reales por la ejecución de dos reos, sentenciados por la Chancillería de Granada. Después, en 26 de octubre de 1782, ahorcó a un Bernardo García, y dio azotes a Salvador Moreno en virtud de sentencia del dicho tribunal, y en esta cuenta vemos que percibió 154 reales por sus derechos y otros 159 por los cordeles, soga, pañuelo y suela para la penca, nombre del instrumento con que daban los azotes; luego está probado que no eran fijos los derechos que aquéllos cobraban.


 

viernes, 27 de mayo de 2011

Películas para la historia, " Esplendor en la hierba"

 Bud Steamper y su novia Deanie gozan del amor, comienza la película y establece la génesis de toda una experiencia vital. Los años de la adolescencia son los que marcan a fuego el destino y la vida, y sobre ese tema central Elia Kazan articula una epopeya dramática que toca temas diversos mediante distintos personajes y las relaciones establecidas entre ellos, definiendo un contexto social que es una clave ineludible para comprender el argumento. En las últimas imágenes vemos el reencuentro y último adiós entre Bud y Deanie. Sus destinos divergen, pero converge el relato al utilizar la carga simbólica de los personajes que abren la narración para hablarnos, en las imágenes que cierran la narración, del imprevisible fluir del tiempo y de los sentimientos

Bud y Denie son el eje central en torno al cual giran los movimientos dramáticos del elenco restante en una historia que integra y contrapone ideologías y actitudes, haciendo especial hincapié en el conflicto generacional, lo cual, en última instancia, se convierte en una crítica al puritanismo de las familias norteamericanas en los felices años veinte. Cabe destacar la importancia de la incomunicación entre padres e hijos, no por causa de ausencia de palabras y frases intercambiadas, sino por la incapacidad de los padres a la hora de interpretar el mundo adolescente y, sobre todo, de cambiar o traducir los códigos culturales heredados por la tradición con el fin de iluminar el conflicto y conocer el significado real que se esconde detrás de cada gesto.

Se ha escrito de Splendor in the Grass que es “puro romanticismo“, pero su desarrollo y conclusión implican una tragedia honda y desesperada sobre cómo los sueños y la pureza del alma joven pueden ser destruidos por la incomprensión y la inconsciencia de la sociedad en su conjunto. A pesar de que las imágenes finales expresan reconciliación y restauración del equilibrio emocional, así como el cumplimiento de la verdadera vocación, subyace la amargura de un destino falseado y de un sueño frustrado. Melancolía, amargura y nostalgia armonizan en su justa medida y evitan la saturación empalagosa, el colorido y la luz predominan en una fotografía concordante con los paisajes y los registros vitales representados en la narración.

Cuando miras hacia el pasado, reconoces la vida que pudo ser tuya, la felicidad y el deseo espontáneo como un esplendor en la hierba que desaparece con la vejez. Pero no hablamos de la vejez biológica, sino la que impone la sociedad cuando ya estas preso de los dogmas y los prejuicios sociales. Lo que queda es el recuerdo de lo que fuimos y pudimos llegar a ser, puesto que la luz del esplendor se ha desvanecido con el paso del tiempo, y cada nuevo paso implica un recodo de oscuridad.
Critica de "Esplendor en la hierba" publicada el 2007-10-06

 

jueves, 26 de mayo de 2011

Películas para la historia, " El halcón Maltés"

San Francisco, California. El detective privado Samuel Spade investiga una serie de asesinatos cometidos tras el robo de un valioso objeto con forma de Halcón.
Monumental obra maestra, de la que nació el cine negro. Concebida por el escritor Dashiell Hammet y su novela homónima, y adaptada con gran maestría por el cineasta debutante y desde entonces eminente, John Huston, quien por este trabajo se llevaría dos premios Oscar, mejor guión y mejor dirección.

Desde su inicio, la opera prima de Huston expone las usuales e invariables claves del film-noir, el detective, siempre confiado en sus instintos y en recibir una buena paga; las misteriosas muertes de quien se acerque al meollo del asunto; la enigmática y bella mujer, que terminará amando, pero también vacilando de su implicación en el complot; y una tonalidad tanto fotográfica como narrativa, que desprende un aire de fatalismo y derrota.
Inmensa es sin duda la contribución de Humphrey Bogart al film, el alter ego de Huston, quien encarna con su usual talento al cínico y audaz Sam Spade en su búsqueda por el preciado objeto medieval. Tras el eterno antihéroe se encuentran también los magníficos Sydney Greenstreet, Mary Astor, y el siempre carismático Peter Lorre.
Llevada en su mayoría por extensos y elaborados diálogos, de los que se podrían citar incontables frases memorables, "El Halcón Maltes" es una cinta hecha de la materia con la que se hacen los sueños. Una joya magistral e imperecedera.
Pierluigi Puccini

jueves, 12 de mayo de 2011

Los patios invisibles


Del cuatro al quince de mayo, en la ciudad de Córdoba se da lugar  el concurso popular de patios de dicha ciudad, la gente se vuelve literalmente loca buscando en las diferentes guías, buscando donde están los patios premiados, las zonas más concurridas, y los patios más populares. La gente hace fotos a diestro y siniestro, y van con su itinerario marcado, a una velocidad vertiginosa , atropellados, en manadas . Van tachando los que han visto, y van comentando los que le quedan por ver, si, por ver, y no por disfrutar. De ahí queda que el concurso popular de patios ha quedado como una gran gymkana de visitantes, que van sin ton ni son, sin reparar en la belleza del momento. Por eso me quedo con aquellos patios invisibles, aquellos que no participan en el concurso, los que abren una ventana, una puerta, y en los que los visitantes dejan pasar de largo, sin prestar atención, solo por el hecho de no tener dos cipreses en la puerta o tener el destartalado cartel  que rotule PATIO.

martes, 10 de mayo de 2011

Suceso en una riada del Guadalquivir

El padre maestro fray Francisco Delgado contó en uno de sus sermones que siendo prior de este convento estaba un día de San Andrés con los otros frailes contemplando una gran avenida del Guadalquivir, admirándose de la mucha leña, ganados y chozas de pastores que en su corriente arrastraba el agua, cuando vieron venir un barco con dos hombres dentro, quienes, al verse tan cerca de una población, empezaron a dar voces en súplica de ser socorridos, lo cual era imposible por no haber quien se atreviese a arrostrar el peligro que indudablemente había de correr, ni permitir la distancia arrojarles sogas a que pudieran asirse. En aquella desesperación y considerando su muerte segura estrellándose contra el puente, intentaron salvarse arrojándose al agua, por si lograban alcanzar la orilla. Logrolo el más joven, y viendo al otro, su padre, próximo a sucumbir, se arrojó por segunda vez al río, consiguiendo salvar la vida de una persona tan amada.
En esto acudieron los frailes y otras muchas personas a la muralla, en lo que ahora conocemos por el paseo de la Ribera, y recogiéndolos medio exánimes los llevaron al convento, arropándolos en dos camas puestas al efecto, al par que les prodigaban otros socorros, que por cierto bien lo necesitaban. Entonces el joven contó la desesperación que se apoderó de él al verse en salvo y que su padre se ahogaba, y que inspirándolo la Providencia tomó aquella determinación, en la que creyó le ayudaban dos jóvenes, en quienes todos vieron a los santos patronos y mártires de Córdoba Acisclo y Victoria, cuyo sepulcro se veneraba en la iglesia del convento, donde tan caritativamente fueron recogidos.

sábado, 7 de mayo de 2011

Suceso en Corpus del siglo XV

Muchas son las fiestas que con gran solemnidad se han celebrado en esta iglesia, y debemos hacer mención de una que antiguamente se hacía en todas las parroquias de Córdoba y que han caido en desuso, sin que podamos expresar la época en que se ha suprimido. Tal era una procesión, en los dias de la octava del Corpus, recorriendo parte del barrio y rivalizando cada uno con el de la iglesia más inmediata. Un año, á mediados del siglo XV, la cofradía del Santísimo Sacramento de la Magdalena, á la cual pertenecía toda la nobleza del barrio, mucha y de la más principal, hizo grandes preparativos para su procesión o minerva, como en algunos puntos la llaman, y al efecto convidó a todos los demás nobles josdalgos de la ciudad, que acudieron gustosos, entre ellos un D. Luis Fernández de Córdoba, vecino de Santa Marina, joven apuesto y valiente; por con la gran dosis de orgullo de todos los de su clase, y más en aquella época en que se consideraban tan superiores a los demás. Formóse la procesión y como hubiera acudido mucha clase del pueblo, entre las que se veían los labradores de la gran población rural que tenía y aún tiene este barrio, fue preciso y justo, darles cirios o faroles, toda vez que en mayor o menor escala contribuían a esta festividad. Un honrado campesino, que aunque plebeyo, tenía el carácter independiente tan propio de los españoles, tomó lugar entre el D. Luis y los que llevaban los faroles o sea los más cercanos al palio, y juzgando nuestro noble que se rebajaba con aquello, le intimó, con esos modos con que los superiores de escaso talento manda a sus inferiores, a que le cediese el lugar y se fuese a otro sitio con los de su clase. Contéstole, que no la había en la presencia de Dios, que le iba muy bien y no le cedía el sitio; a esto siguieron dos o tres ligeras contestaciones, y no pudiendo el D. Luis contener los arranques de su orgullo y su soberbia, echó mano a la daga, atravesando el corazón del aquel infeliz, que sin vida, cayó muerto casi a los pies del sacerdote que conducía el Sacramento, el cual, aturdido, no sabía si continuar su marcha o qué determinación tomar, así como todos los concursantes, a excepción de la esposa de la víctima que, como una fiera, se arrojó sobre el asesisno impidiendo se entrase en sagrado, y por consiguiente dando lugar a que lo prendieran. Unos corrían, otros lloraban, muchos criticaban tan fea e improcedente acción y todos, a excepción de algunos parientes de D. Luis, estaban a favor del desgraciado, víctima del orgullo de nuestra nobleza, tan altanera con sus antiguas y ya caducas ejecutorias.
La procesión terminó en aquel momento: la gente se retiró: depositóse el cadáver en la iglesia, y D. Luis Fernández de Córdoba fue preso en la torre de los Donceles, que como la Calahorra y la Malmuerta, estaba destinada a prisiones de los nombres que cometian algún delito, siendo esta una de las muchas prerrogativas con que contaban los afortunados hijos de la aristocracia española. La Providencia que a todas los juzga iguales, no consistiendo que por el camino del crimen se llegue al puerto de felicidad, vino a burlar las influencias de la familia del preso que, dando primero largas a la causa, sistema ya entonces usado, e interponiendo después todo su influjo, llegó a alargar la esperanza de verlo muy pronto completamente libre de sentencia humana, sin ver que la del cielo ya pendía sobre su cabeza.
Un año había transcurrido; era por la tarde, y casi a la misma hora de la procesión avisaron a la parroquia que llevasen el Viático para un vecino de la calle de Abéjar; hacíase así, y a un tiempo salía por la calle de los Muñices la viuda del desgraciado hortelano y D. Luis se asomaba a las almenas de la primera torre, para ver la Majestad; ambos hincaron sus rodillas, y al pasar el sacerdote por entre ellos, vinose al suelo la piedra en que estaba apoyado D. Luis, cayendo también éste y una de las almenas, que le trituró el cráneo -!Justicia del Cielo!- dijo una voz: era la de la infeliz viuda, a la que un desmayo hizo caer al suelo.

viernes, 6 de mayo de 2011

LO IMAGINARIO DEL NATURAL

La cámara fotográfica, para mí, es un cuaderno de croquis,
el instrumento de la intuición y de la espontaneidad,
el maestro del instante que, en terminos visuales, cuestiona y decide
al mismo tiempo. Para " dar sentido " al mundo hay que sentirse
implicado en lo que se recorta a través del visor. Esta actitud
exige concentración, sensibilidad, un sentido de la geometría.
A través de una economía de medios y sobretodo olvidándose
de uno mismo se llega a la simplicidad de expresión.

Fotografiar es retener el aliento cuando todas
nuestras facultades convergen para captar la realidad huidiza;
entonces es cuando la toma de una imagen se convierte
en una gran alegría física e intelectual.

Fotografiar es, en un mismo instante y en una fracción de segundo,
reconocer un hecho y la organización rigurosa de las formas
percibidas visualmente que expresan y dan sentido a este hecho.

Es poner en el mismo punto de mira la cabeza, el ojo y el corazón.
                                         Es una forma de vivir.

                                                                            
                                                                                     Henri Cartier-Bresson

jueves, 5 de mayo de 2011

Sudor de sangre

Sucedió justamente en una de las casas que formaban la manzana de la Compañía. En la esquina sur de lo que hoy es plaza de las Tendillas. Sabido es que debajo de esta plaza, dicen los entendidos en estas cosas ocultas y extrañas, existe un lago, aunque no de gran profundidad, que hace como de depósito de todas las aguas que provienen de la sierra y allí se juntan y desde allí , por caminos ocultos y desconocidos, vierten al río. Pues cuenta la vieja historia que en una de esas casas vivía un célebre abogado llamado Ribera. Cuando llegó el verano y bajó el nivel del agua en el pozo que abastecía su domicilio, llamó a un pocero para que lo limpiase. Convinieron el precio y el día y a la hora exacta ya estaba allí el obrero dispuesto a empezar la faena. Le ataron una fuerte maroma alrededor del cuerpo, por debajo de los brazos, se metió en el pozo y le iban dando cuerda hasta que llegó al fondo. Ya casi al borde del agua había una piedra que salía de la pared; allí asentó los pies, se desató, y empezó el trabajo. Apenas dio el primer golpe sobre la piedra, se hundió todo el pozo y como en una lluvia torrencial se precipitó sobre él tan cantidad de barro, tierra y piedras que quedó como una estatua apresado contra la pared y sobre el pedestal que milagrosamente resistía toda aquella avalancha.

Tal fue el derrumbe sobre el pozo y tal la cueva que se abrió a su alrededor que la gente, cuando lo vieron, decían: "Estas son las bocas del infierno".

El pobre pocero permaneció allí por espacio de tres días hasta que lo pudieron rescatar. Cuando salió de su prisión decía : " La Virgen de la Fuensanta me ha librado del infierno y de la muerte, pues no he cesado de llamarla y he dado tantas voces que las metía en el cielo para que me oyese".

Cuenta la historia que fue tal la cantidad de barro y piedras que sacaron los hombres que ayudaron en el rescate que ya no cabía tanto material en las calles cercanas a la casa del accidente. A todos los edificios colindantes con el del pozo tuvieron que apuntalarlos antes de sacar al pocero del derrumbe. Asustado y vencido ya no podía gritar, sólo pedía a la Virgen de la Fuensanta que le conservase la vida. Por fin lograron llegar a él y con mucho cuidado lo fueron liberando de piedras y escombros y, estando presente ya la justicia, porque creían que había muerto, lograron salvarlo. La admiración fue cuando al aparecer ante el pueblo allí congregado, vieron que estaba bañado en sangre. Le quitaron la ropa por ver si estaba herido pero todo su cuerpo estaba intacto. La ropa toda tenía ensangrentada y el pelo de la cabeza y los ojos inyectados de sangre y el médico que le reconoció en el acto sentenció: " Que aquellos sudores y agonías de muerte, cuando son tan grandes fuerzan a la naturaleza que expele de sí sangre".

Todo el pueblo quedó conforme y él también, el pocero, que no cesaba de dar gracias a la Virgen de la Fuensanta, de la que era devoto.

miércoles, 4 de mayo de 2011

La Fuensanta

A principios de siglo XV, vivía en el barrio de San Lorenzo un pobre artesano que se ganaba la vida lavando y cardando lana bajo los álamos que bordeaban el arroyo del Camello, allí en su barrio, camino de la Magdalena. Cuenta la historia que Gonzalo, que así se llamaba, tenía a su mujer muy enferma y la cuidaba en casa porque llegó a quedarse paralítica. La hija que tenía el matrimonio había perdido la razón de tal forma que el padre sólo vivía para las dos y apenas podía cuidarlas y alimentarlas.

Una calurosa y eterna tarde de verano Gonzalo se sintió desesperado y tan acosado de la necesidad que echó a andar, sin saber adónde iba. Cortó por Puerta Nueva y siguió la veredilla que llevaba al Río, por el arroyo de las Piedras, hasta que le cortaron el paso los tapiales de la huerta de Albacete. Mientras los rodeaba iba cogiendo moras de las zarzas que los cubrían y se iba olvidando su amargura. De pronto notó que delante de él, y también recogiendo moras, se le venían acercando dos hermosísimas jóvenes y un muchacho igual de radiante y hermoso. La primera doncella se diridió a él y le dijo: " Gonzalo, toma agua de aquella fuente que está bajo los árboles y dásela, con confianza en Dios, para que la beban tu mujer y tu hija, y sanarán de sus enfermedades".

Gonzalo ante aquellas palabras quedó atónito y no supo qué responder, pero en su corazón nació la esperanza y pensó para sí que tan bellas mujeres, seguramente, eran la Virgen María, de la que era muy devoto, y los Santos Patronos de Córdoba, San Acisclo y Santa Victoria. Esto estaba pensando, sin atreverse a hablar y ni siquiera a mirarlos, cuando el joven dijo: " Haz lo que te ordena la Madre de Jesús, que yo y mi hermana Victoria, porque somos patronos de esta ciudad, lo hemos alcanzado de la Virgen, Nuestra Señora".

El corazón de Gonzalo ardía en deseos de agradecimiento y deseaba empezar a cumplir lo mandado cuanto antes. Buscó con la mirada el agua de entre los árboles, y allí estaba, al pie de una higuera, manando la fuente. Quiso salir corriendo hacia ella pero volvió la vista hacia los mensajeros, que ya no estaban. Corrió a una alfarería cercana, trajo una vasija suficiente y nueva y con ella llena de agua marchó a casa. Corrió a contar a sus mujeres lo ocurrido y les dio a beber el agua. Las dos enfermas al poco tiempo sanaron y con ellas cuantos enfermos bebieron el agua de la sagrada fuente; de la Fuensanta.

Veinte años después de estos hechos vivía en la Albaida un pobre ermitaño que estaba al borde de la muerte por causa de una hidropesía incurable que lo atormentaba. Fue a la Fuensanta, bebió el agua y le curó; pero él pedía a Dios que le descubriese por qué aquel agua, y sólo el agua, le había curado.

El ocho de septiembre, festividad de la Natividad de Nuestra Señora, oyó una voz que le dijo, para su tranquilidad, que en el tronco de aquella higuera salvaje que crecía junto a la fuente había encerrada una imagen de la Virgen, y que, puesta allí por los antiguos cristianos, el árbol la había cubierto con su madera para hurtarla a los ojos de los moros, infieles y perseguidores de nuestra religión. A la mañana siguiente el ermitaño corrió a contar lo que había escuchado al señor Obispo. Éste hizo cortar el cabrahígo y, efectivamente, apareció dentro del cuerpo del ábol la sagrada imagen de la Virgen que se venera en el Santuario de la Fuensanta.

Para celebrar el hallazgo de la imagen, " acudieron las autoridades, el clero y casi todos los habitantes de Córdoba formando todos una procesión que en medio de gran alegría, aumentada por el repique de tantas campanas como entonces había, y del disparo de cohetes y arcabuces, llegó con la imagen hasta la Catedral y allí la depositaron hasta que se edificó en el lugar que ocupaba la higuera el primer humilladero junto a la fuente del gran agua milagrosa" (Ramírez de Arellano).

" Nota histórica: Reynaldo Don Juan el Segundo y siendo obispo de esta ciudad Don Sancho de Roxas, fue hallada milagrosamente esta Santísima Imagen en el hueco de una higuera cerca de la fuente que llaman Santa, año de 1420. El Cabildo de la Catedral en este sitio, heredad suya llamada Huerta de Albacete, le labró este Santo templo y colocó en él la Imagen con procesión general".

martes, 3 de mayo de 2011

El Campo de la Verdad

Sucedió en tiempos del rey don Pedro, el Cruel, de Castilla.

Cuenta la vieja historia que don Pedro había ofrecido el saqueo de Córdoba al moro de Granada si le ayudaba a conquistarla. El rey de Granada trajo cuantas tropas  pudo juntar y lo mismo hizo el castellano. Cuentan que se juntaron a las afueras de Córdoba, al otro lado del puente y la Calahorra, más de veinte mil soldados. Los granadinos atacaron con coraje y sobrepasaron la fortaleza y el puente y llegaron a abrir hasta seis portillos en la muralla del Alcázar. Después se extendieron por las calles de la ciudad y ya empezaron el saqueo.

El adelantado de Córdoba y los demás generales responsables de la seguridad estaban indignados al ver que los soldados cristianos parecían consentir el saqueo y se dejaban arrollar por la morisma. Por fin tuvieron que salir las mujeres, madres y hermanos, de Córdoba para afear su conducta y de repente los antes cobardes, se convirtieron en fieros leones que atacaron con tal brío a los moros que los tenían tan acosados, que los obligaron a huir arrojándose muchos por la muralla al río para salvar la vida.

A pesar de todo, los dos aliados volvieron a atacar a la ciudad al día siguiente, pero los sitiados tomaron por lo general al Adelantado con los soldados disponibles, y multitud de caballeros y gente voluntaria juraron, antes de entrar en combate, vencer o morir.

Cuando ya estaba todo preparado se corrió la voz, insidiosa y falsa, de que el Adelantado don Alonso Fernández de Córdoba se había puesto al frente de la resistencia para así entregar la ciudad al rey de Castilla. Su madre, doña Aldonza de Haro, y porque oyó el comentario, se presentó ante él cuando ya llegaba el ejército al puente y le dijo: "Mira, hijo, que me dicen que sales a entregar la ciudad a nuestros enemigos: recuerda que en nuestro linaje no ha habido traidores. No hagas menos que nuestros antepasados".

Y don Alonso respondió: "Señora, en el campo se verá la verdad".

Pasó el ejército y los voluntarios el puente y don Alonso mandó romper y cortar dos arcos del puente y dijo a los suyos: "¡Pensad que venimos a vencer o morir!"

Por supuesto que ganaron la batalla y volvieron a Córdoba pasando el río por el vado que desde entonces se llama del Adelantado o del Adalid.

Desde entonces también dio en llamarse a aquella parte de Córdoba "el Campo de la Verdad".



lunes, 2 de mayo de 2011

El terremoto en la Catedral

El día uno de noviembre de 1755 fue sábado y, como marca la liturgia, se celebraba la festividad de todos los santos. Este fue un día aciago y siniestro para los habitantes de la ciudad de Córdoba y ha quedado señalado para siempre con letras de dolor en su historia. Este día sucedió el terremoto más violento, general y terrible que ha sacudido nunca a toda España y por tanto a Córdoba; como si hubiese caído del cielo una tormenta de bombas, así fue el terrible estruendo que se oyó por toda la ciudad. Eran pasadas las diez de la mañana de aquel día uno de noviembre de 1755.

Por ser el día tan señalado estaba la Catedral atestada de fieles que seguían con gran devoción y sentimientos los oficios que se ofrecían en honor de todos los santos, igual que el día siguiente se habrían de celebrar por todos los difuntos.

El oficiante estaba ya rematando el sermón "cuando empezaron de repente sordos y profundos estampidos, el crujir de los retablos y el chirriar de las bóvedas, el incierto vibrar y cimbrearse de paredes y columnas..." Como una lluvia de escombros golpeando los tejados caían sillares desprendidos de la torre que rodaban por el Patio de los Naranjos; dentro de la Catedral crujía, como para destruirse de cuajo, el crucero y los remates, frisos y cornisas se desgajaban de él y caían...

Las gentes aterradas empezaron a huir sin tino; unos corrían a refugiarse al presbiterio, otros al Sagrario y los más asustados, salían corriendo a las calles que rodean el templo. La mayor parte de oficiantes y asistentes huyeron también despavoridos y asustados. El celebrante asistido de los diáconos y, viendo que el terrible fenómeno no acababa, sacó del Sagrario el Santísimo Sacramento y lo puso en el altar ante los pocos fieles que habían tenido el valor de esperar y allí permanecían hasta que Dios dispusiera de sus vidas.

Pasó un tiempo, largo como la eternidad, y llegada la calma se reanudó la ceremonia y, cuenta la historia, que los únicos cantos que hubo en tan accidentada celebración sólo fueron los lamentos y clamores de los presentes y el tañer descompasado y triste de las campanas de la torre.

Dos veces más se volvió a repetir durante el santo sacrificio esta tremenda y memorable escena del terremoto; dos veces expuso el celebrante al Santísimo a la adoración y ruegos de los fieles permaneciendo él impávido en el altar como su fiel ministro que era, dispuesto a dejarse sepultar bajo la desquiciada mole del templo, mientras todo a su alrededor era terror de muerte, tropel desordenado de gentes y gritería. La fábrica del crucero, el coro y muchas capillas de la Catedral quedaron muy quebrantadas; la torre sufrió tales vaivenes que después de haberse desplomado de ella muchas piedras y una gran cornisa, un barandal entero y diferentes escudos y piezas de adorno, se abrió por los cuatro frentes del segundo cuerpo y rompió todas las claves, arcos, claraboyas y ventanas. Las campanas que habían estado sonando solas de pronto enmudecieron, como si diesen por alejado el peligro.

Pasado el susto, todo el pueblo de Córdoba agradeció a San Rafael su ayuda, pues se la habían pedido los fieles muy fervorosa e insistentemente ante el Santísimo Sacramento. La verdad fue que ningún cordobés, o habitante de Córdoba, murío por causa de aquel terrible fenómeno natural. A partir de entonces creció sobre manera la devoción al custodio de Córdoba, san Rafael, determinando el Cabildo y las autoridades que, desde entonces y para siempre, se hiciese una procesión solemne hasta la iglesia de su advocación el día siete de mayo, que es la fecha en que se conmemora la aparición del Santo Arcángel al padre Roelas; y desde entonces así se ha hecho.