sábado, 25 de junio de 2011

Películas para la historia " Eduardo manostijeras"

En un tenebroso castillo que se alza sobre una colina, un inventor le dio vida a un joven, le dio sentimientos, le dio corazón, le dio brazos, piernas y rostro, pero no le dio manos. En lugar de estas, el sujeto poseía unas filosas tijeras. Un día como cualquier otro, el joven saldrá de su aislamiento, solo para descubrir un mundo alterno, un mundo donde todo parece ser maravilloso, donde a pesar de que jamás será comprendido, encontrará la amistad y mas importante aun, el amor verdadero.
La indiscutible obra maestra del joven prodigio Tim Burton, quien tras el enorme éxito comercial de Batman (1989) se dedicó a una obra más personal. Junto a la guionista Carolina Thompson ideó una historia sobre un ser de otra naturaleza, un incomprendido, un freak envuelto en una encantador y enternecedor cuento de hadas con un toque mágico y oscuro, característicos del universo particular de su excéntrico autor.
Perfecta encarnación de Edward, de la mano de Johnny Depp, con una relajada e inquebrantable encarnación de inocencia y torpeza. Perfectas también las actuaciones de la bella Wynona Ryder, y en especial la del gran Vincent Price, en su última y gloriosa aparición en el celuloide, el ídolo eterno del autor de esta magnífica cinta.
Una fábula rodeada por un halo oscuro, inspirado en las cintas de horror de la factoría Hammer y las temáticas universales de los cuentos medievales, un castillo, un inventor, un monstruo, una damisela, una multitud colérica, y el amor entre opuestos, todo se da cita aquí tomando parte en la cotidianeidad de un típico suburbio americano; un hermoso contraste diseñado por el fotógrafo Stefan Czapsky.
Mención a parte a La hermosa partitura de Danny Elfman redondeando toda la obra bajo el manto de lírica casi celestial.
Pierluigi Puccini


miércoles, 22 de junio de 2011

Películas para la historia "De repente el último verano"

Basado en una novela del magnífico escritor, alcohólico, gay y depresivo Tennesee Williams ("un tranvia llamado deseo", "la gata sobre el tejado de zinc", etc...), escrito después de que su hermana Rose, afectada de esquizofrenia paranoide, fuera lobotomizada con permiso de sus padres al no responder a los tratamientos farmacológicos. Tennesse jamás perdonó tal hecho a sus padres y las consecuencias que supuso, ya que Rose quedó idiotizada para el resto de su vida.

En 1959 el director Joseph Leo Mankiewizc ("La condesa descalza", "Eva al desnudo", "Carta a tres esposas", "La huella"), otro personaje controvertido de Hollywwod tuvo la idea de convertirla en película y quiso contar para ello con nada menos que Monty Cliff, Elisabeth Taylor y Katharine Hepburn.

En el propio guión del film participó Tennesee, conviertiéndose este en un guión oscuro, retorcido, enrevesado y poético.

Mankiewizc, como sabemos, es un gran director de actores, no en balde sabe rodearse de los mejores, especialmnete de actrices de gran caracter, y aquí el lucimineto de la gran Liz Taylor es espectacular. Seria algo así como la joven sobrina del personaje de Katharine Hepburn, ingresada en un psiquiatrico preparandose para que un Monty Cliff neurocirujano y enamorado de ella solo al verla tenga que operarla. Sebastian, su primo, falleció el último verano, para desdicha de su delirante madre(Katharina Hepburn). El conflicto de Edipo, pero al revés, es decir, adoración extrema de una madre por su hijo está llevado al extremo y la interpretación de burgesa delirante de Hepburn es genial. Todos esos elementos, una preciosa fotografia en B/N, unas imágenes que hablan por sí mismas, especialmente en el tremendo desenlace donde nos entermanos de como fue la muerte del no tan maravilloso Sebastian, el papel que jugó su madre, etc.. hacen del film una obra extraña y francamente interesante de ver.
 
 

lunes, 6 de junio de 2011

El caso del malvado posadero del Potro

Hay en esta plazuela una posada con el título del Potro, que hacen subir su existencia al siglo XIV. Cuéntase una tradición, fabulosa para nosotros, bastante novelesca y digna de fijar nuestra atención. El mesonero era un hombre de cortísima estatura, corcovado y de traidora mirada, el cual había llegado a adquirir entre sus convecinos gran fama de rico y mal intencionado.
Una noche de esas que infunden más pavor por el ruido que arman los vendavales al estrellar contra las puertas y ventanas el agua que cae a torrentes sobre los campos y ciudades, llamaron a la puerta del mesón del Potro, y a la opaca y vacilante luz del farolillo que pendía de la callosa mano de aquel hombrecillo se vio penetrar en el mesón, y sobre un fogoso caballo, a un apuesto y aguerrido joven que por su traje dio a conocer ser capitán de las tropas del rey don Pedro, apellidado el Cruel. Entregó su hermoso alazán para llevarlo a la cuadra y, mientras le preparaban hospedaje, se dirigió a la lumbre, rodeada de otros viajeros, todos de menos calidad, que al verlo se apartaron y descubrieron, demostrando el respeto que les infundía el traje del recién llegado.
En una puerta cercana asomóse, atraída por la curiosidad, una gallarda joven, cuya presencia y modales desmentían ser hija del mesonero, como todos aseguraban. Éste llegó a seguida, y con ademán grosero la intimó a retirarse, pero no tan pronto que el capitán no se hubiese fijado en ella con extraña curiosidad. El capitán sentose, poniendo a su lado una pequeña maletilla que cuidadosamente guardaba, y se enjugaba el empapado capotillo cuando se le acercó el mesonero preguntándole con la amabilidad posible en aquel rostro y voz de hiena:
-Supongo que desearéis cenar, caballero.
-Cansado en sumo grado me encuentro, pero no me vendría mal alguna magra y un trago de vino, por muy avinagrado que esté el que preparéis a vuestros huéspedes.
-En este mesón, señor capitán, se distingue a las personas según su clase, y así se les trata, pues no todos pueden pagar lo mismo.
-Entonces lo que tú distingues es la bolsa y no al sujeto. Vamos pronto, para retirarme, que temprano he de partir.
-¿Vais a Sevilla? ¿Tal vez allí os espera el rey?
-Allá voy. Pero eres demasiado curioso, y te advierto que no estoy dispuesto a satisfacer muchas preguntas; con que dile a esa moza que me sirva la cena, y basta de averiguar lo que no te importa.
-Yo mismo os serviré, porque os quiero distinguir entre todos los hospedados en mi mesón. Además, mi hija es tan corta de genio que no acertaría a serviros como merecéis.
-¿Y por qué tienes así encerrada a una mujer tan hermosa y la tratas con tal despego?
- Señor, cada cual se entiende en su casa. Además, me habéis prohibido haceros preguntas y no dudo me concederéis igual derecho respecto a lo que a mi compete
-Tienes razón. Despacha pronto.
Sirviole a seguida un pernil de carnero y unos bizcochos que sólo podía masticar una dentadura de veinticinco años, y tras un trago de vino del país, que aún se elaboraba mucho en Córdoba, se puso en pie, preguntando cuál era su cuarto, sin soltar un momento la maletilla, que ya iba excitando la codicia del mesonero.
-Os tengo al corriente el mejor aposento del mesón, al extremo del pasadizo alto, donde no seáis molestado por los demás viajeros ni por el ruido de las caballerías. Yo os guiaré.
El mesonero echó a andar y el capitán lo seguía a corta distancia; mas al pasar por delante de otro cuarto se entreabrió la puerta y vio el rostro de la encantadora joven, que le dijo: "Caballero, no durmáis", cerrando a seguida para que no se apercibiesen de lo ocurrido.
La estancia preparada al capitán era por su aspecto, tal vez, la mejor de todo el mesón, mas no por eso pasaba su mueblaje de la cama, cuatro o seis asientillos y una mesa, sobre la cual colocó el posadero la lamparilla, diciendo: "Si vais a continuar mañana vuestro viaje os llamaré en cuanto amanezca". Un signo de aprobación fue la respuesta, y todo quedó en silencio.
A pesar del valor tantas veces demostrado en los mayores peligros al lado del rey don Pedro, el capitán permaneció despierto, meditando acerca del aviso de la gallarda joven, cuando era la hija del mesonero, si bien su rostro encantador y sus finos modales parecían desmentirlo. La noche se prestaba también a desterrar el sueño. El viento y el agua azotaban las puertas de la ventana, y la luz de los relámpagos permitía ver las rejas, convirtiéndolas en extrañas celosías. Abriolas al fin el vendaval y, apagando la luz de la lamparilla, dejó a nuestro apuesto mozo sin la única compañera que le ayudaba a disminuir los mil fantasmas que parecíale ver en el espacio. Mas a poco oyó como abrir una puertecilla; entonces retirose a un rincón, esgrimiendo la espada, pendiente aún de su cintura. Nada se oía; pero no dudaba del ruido, y sus ojos se dirigían con avidez a todos los rincones, por si a la luz de los relámpagos lograba divisar algún objeto.
Bajo el lecho en que el viajero pensaba hallar el apetecido descanso vio, al fin, la siniestra figura del mesonero, con la cabeza asomada por una trampa que había en el suelo, observando sus movimientos y, sin duda, esperando a que el sueño lo rindiera. Furioso de ira y coraje tiró un mandoble hacia aquel lugar, y en seguida se arrojó por la ventana a un corralillo, donde se preparó a vender bien cara su vida; mas, casi instantáneamente, se le apareció la hija del posadero envuelta en un manto y, agarrándolo de una mano, le dijo: "Por aquí, caballero, por aquí; idos y contad al rey lo que pasa en el mesón del Potro".
El capitán atravesó una pequeña caballeriza, y a seguida encontrose en el patio principal del mesón, donde ya algunos arrieros estaban arreglando sus cabalgaduras para partir y otros se preparaban a sacar sus mercancías al rastro. "¡Eh, mesonero!", exclamó fuera de sí. Más a seguida reflexionó que debía obrar con la mayor cautela. No tardó aquel extraño ente en presentarse. Pidiole la cuenta y le mandó traer la maletilla que había dejado en su aposento, en tanto que él preparaba su alazán.
-¿Por qué habéis dormido tan poco? –preguntó aquella raquítica figura, volviendo y entregando la maleta-.
-No lo sé -contestó el capitán-; preocupado, sin duda, con la urgencia de partir e indispuesto con la pesada cena que me disteis, he pasado la noche soñando, y al fin resolví dejar el lecho donde tan incómodo me encontraba. Tomad vuestro dinero y Dios os dé buena suerte.
Las pesadas puertas del mesón del potro giraron sobre sus pernos, y el capitán salió en dirección a la puerta de Sevilla, por donde emprendió su viaje para aquella entonces corte del rey don Pedro.
Por breves momentos nos trasladamos al Alcázar de Sevilla, donde a los cinco o seis días fue recibido el capitán por Su Alteza, que más como a hermano que como súbdito lo miraba. Diole cuenta del desempeño de su cometido. Mereció ser aprobado, y después contó cuanto le había ocurrido en Córdoba, siendo oído con marcadas muestras de aprecio y curiosidad. Al cabo, le dijo don Pedro:
-Me parece, capitán, que la hermosa mesonera os hizo perder el seso, y que ésa es la causa principal de tan extraña aventura. Sin embargo, iremos a Córdoba y yo os prometo averiguar la verdad de todo. Os juro que si allí se encierran esos crímenes que sospecháis, el mesonero del Potro ha de ser el escarmiento de todos los de su clase.
Un mes habría pasado de aquella extraña escena cuando Córdoba supo con asombro que el rey don Pedro se encontraba en su Alcázar, sin previo aviso al corregidor. Éste, con los caballeros treces, después veinticuatros, se le presentaron a la mañana siguiente, siendo sorprendidos por la orden del comarca de no separarse de su persona hasta llevar a cabo una diligencia que por sí propio había de evacuar, acompañado de todos. A poco salieron del Alcázar y dirigiéndose hacia el Potro penetraron en el mesón, cuyo dueño se presentó, al parecer tranquilo, hasta que vio al capitán; entonces quedó convulso y aterrado.
Recorrieron todo el edificio, hallaron una trampa o puertezuela bajo el lecho que servía a los viajeros ricos, sacaron a la joven, que se abrazó a los pies del rey pidiéndole venganza, desenterraron infinidad de cadáveres y encontraron cuantiosas alhajas y ropas robadas a los desgraciados que sufrieron la muerte cuando tranquilos y confiados se entregaban al sueño. De uno de ellos era hija la encantadora y desgraciada joven que tanto interesó al capitán.
Una fiera, en sus momentos más rabiosos, no era comparable al rey don Pedro que, agarrando al mesonero del cuello, le hizo salir de un empellón a la mitad de la plaza.
- Y tú corregidor- gritó descompuesto-, ¿tú no sabías esto? ¡Ira de Dios, y aun me llamareís cruel al castigar a ese infame! Pronto, mis verdugos, agarrad a ese reptil, atadle las manos a la reja de su mesón, traed los dos primeros potros que ahí encontráis y amarrándole a ellos los pies, azotadlos para que el empuje lo despedacen.
Un grito de horror sonó en todos los presentes y que don Pedro apagó, exclamando de nuevo: “Silencio, el que no quiera sufrir la misma suerte”. Momentos después los brazos del mesonero pendían de la reja; el cuerpo había sido arrastrado hacia la calle de Lineros, entonces la Curtiduría.
Don Pedro entrgó al capitán como esposa la bella joven, que era nobles y honrada, con todas las riquezas que allí se encontraron, y volviéndose al corregidor y caballeros treces, les dijo estas significativas frases:
-Ya que no sabes ejercer en mi nombre la justicia que te he confiado, he venido en persona a enseñarte tu deber; mas ten entendido que si a hacerlo otra vez me obligas haré recordad en ti al mesonero del Potro.
No fabulosas, como creemos la anterior tradición, sino desgraciadamente verdad, pudiéramos referir a nuestros lectores multitud de escenas sangrientas acaecidas en los alrededores del Potro. Mas en su mayor parte no excitan interés por vulgares, consecuencia de lo descuidada que es la educación del pueblo y del exceso en el uso de las bebidas embriagadoras.


sábado, 4 de junio de 2011

La Corredera, escenario de ejecuciones

Durante siglos ha sido éste el lugar en que se efectuaban las ejecuciones de los sentenciados a la última pena en horca o garrote impuesta a los reos por los tribunales respectivos. El autor de los Casos raros nos cuenta una que por lo ingeniosa merece consignarse.
* En 1574 cometió cierto crimen un ahijado de don Enrique Guzmán, caballero muy principal en ésta, quien, queriéndolo librar de la muerte, llamó en secreto al verdugo, y dándole una gruesa cantidad le exigió la salvación de aquel desgraciado. Convinieron en ello, y metiendo los cordeles que habían de servir para la ejecución en un horno, los tuvo allí hasta que se pasaron, de modo que al lanzarse con el reo desde la horca se rompieron, cayendo ambos al suelo. Entonces se echaron sobre él los hermanos de la Santa Caridad y entablaron competencia con la justicia, que pretendía se llevase a cabo la sentencia que por lo pronto se suspendió. Don Enrique, deseando evitar mayores males -porque prendieron al verdugo, que confesó su estratagema-, se marchó a Madrid y contó francamente lo ocurrido al rey, quien, haciéndole gracia el ardid, los perdonó a todos, mandando concluir el proceso.
* Otras dos ejecuciones del siglo XVI encontramos en cierto manuscrito, ambas dignas de reseñarse por considerarlas curiosas. En 1580 sufrió la muerte en horca un soldado que habiendo tenido cuestión con una mujercilla de mala nota, con quien sostenía relaciones amorosas, la sacó al campo y la mató, cortándole además los pechos y haciendo con ella otras atrocidades por el estilo. Sentenciado a la última pena mostró su arrepentimiento, ansiando recibir la comunión, que le negaron, según costumbre hasta entonces. Pero el rey Felipe II, a quien consultaron, resolvió en sentido afirmativo y por consiguiente éste fue el primer desgraciado de esta clase que recibió dicho consuelo.
* El otro caso ocurrió en 1599. Un caballero de Córdoba, muy conocido por su apellido y ascendencia, fue sorprendido por la autoridad fabricando monedas falsas, operación a que le ayudaba su lacayo, al que ahorcaron en la Corredera, salvándose el primero con sólo una sentencia de destierro, lo cual muestra que ya entonces imperaba el favoritismo, puesto que se hizo el escarmiento en el infeliz que no había hecho otra cosa que obedecer las órdenes de su amo, principal perpetrador de aquel crimen.
* En los papeles procedentes de la hermandad de la Misericordia -que se servía en un hospital de la calle de Mucho Trigo, y que refundida en la de Santa Lucía, que se extinguió hace pocos años en la parroquia de los Santos Nicolás y Eulogio de la Ajerquía- hemos visto que su principal objeto era recoger y dar sepultura a los cadáveres de los infelices muertos por sentencias judiciales. Y entre los muchos apuntes que allí hemos examinado encontramos las ejecuciones siguientes en la Corredera: Juan Sánchez, 17 de diciembre de 1639; Rodrigo Guillén, 5 de julio de 1641; Juan Pérez, 5 de marzo de 1644 ; Juan Gil, 24 de junio del mismo; Pedro García y Pedro Quevedo, 11 de julio de ídem; Tomás González Bravo, 16 de noviembre de 1645; Juan Gil, 16 de febrero de 1647; Pedro Medina, Manuel Rodríguez y Tomás Pérez, 5 de abril del mismo; Alonso Gómez,3 de julio de ídem; Juan Ramos, 22 de septiembre de 1649; Juan de la Cruz, 13 de enero de 1652; Antonio de Rojas, 25 de enero del mismo; Domingo Fernández, 25 de julio de 1657; Alonso Martín Castellanos, 22 de julio de 1669; Pedro Rodríguez, 14 de agosto de 1671; Alonso de Benavente, 28 de agosto de 1653; Fernando Prieto, 12 de enero de 1656; Miguel Ramírez Sedeño, 11 de abril de 1674; José de Ramos y Luisa Estrada, en 3 y 7 de agosto de 1674; Fernando García, 18 de agosto de 1656; Juan Martín Peñalosa, 29 de marzo de 1677; Juan Díaz Capilla, 1 de junio de 1680; Baltazar de Herrera, 14 de marzo de 1686; Diego Rodríguez Barco, 20 de marzo de 1698; Manuel González, 29 de julio de 1699; Antonio Rodríguez, 20 de diciembre de 1688; Lucas Rojano, 24 de abril de 1703; don Juan García Cacoma, 28 de abril de 1707; Juan José de la Peña, 16 de diciembre de 1728; Alonso Garrote, 29 de abril de 1730; Manuel Ponferrada, Alonso Cabello, Francisco Javier y Ventura y Bartolomé Navarro, en 16 de marzo de 1739, y Juan Ramos, en 12 de noviembre de 1739.
* El verdugo o ejecutor, como en estos tiempos le llaman, ejercía por lo regular dicho oficio con 600 reales al año, y el de pregonero con 382; pero a la vez cobraba sus derechos, que debían ser convencionales, por la notable diferencia que en ellos hemos advertido en algunas cuentas del Ayuntamiento. En ellas consta que en 1780 era verdugo Juan Montano, el cual percibió la cantidad de 44 reales por la ejecución de dos reos, sentenciados por la Chancillería de Granada. Después, en 26 de octubre de 1782, ahorcó a un Bernardo García, y dio azotes a Salvador Moreno en virtud de sentencia del dicho tribunal, y en esta cuenta vemos que percibió 154 reales por sus derechos y otros 159 por los cordeles, soga, pañuelo y suela para la penca, nombre del instrumento con que daban los azotes; luego está probado que no eran fijos los derechos que aquéllos cobraban.