lunes, 2 de mayo de 2011

El terremoto en la Catedral

El día uno de noviembre de 1755 fue sábado y, como marca la liturgia, se celebraba la festividad de todos los santos. Este fue un día aciago y siniestro para los habitantes de la ciudad de Córdoba y ha quedado señalado para siempre con letras de dolor en su historia. Este día sucedió el terremoto más violento, general y terrible que ha sacudido nunca a toda España y por tanto a Córdoba; como si hubiese caído del cielo una tormenta de bombas, así fue el terrible estruendo que se oyó por toda la ciudad. Eran pasadas las diez de la mañana de aquel día uno de noviembre de 1755.

Por ser el día tan señalado estaba la Catedral atestada de fieles que seguían con gran devoción y sentimientos los oficios que se ofrecían en honor de todos los santos, igual que el día siguiente se habrían de celebrar por todos los difuntos.

El oficiante estaba ya rematando el sermón "cuando empezaron de repente sordos y profundos estampidos, el crujir de los retablos y el chirriar de las bóvedas, el incierto vibrar y cimbrearse de paredes y columnas..." Como una lluvia de escombros golpeando los tejados caían sillares desprendidos de la torre que rodaban por el Patio de los Naranjos; dentro de la Catedral crujía, como para destruirse de cuajo, el crucero y los remates, frisos y cornisas se desgajaban de él y caían...

Las gentes aterradas empezaron a huir sin tino; unos corrían a refugiarse al presbiterio, otros al Sagrario y los más asustados, salían corriendo a las calles que rodean el templo. La mayor parte de oficiantes y asistentes huyeron también despavoridos y asustados. El celebrante asistido de los diáconos y, viendo que el terrible fenómeno no acababa, sacó del Sagrario el Santísimo Sacramento y lo puso en el altar ante los pocos fieles que habían tenido el valor de esperar y allí permanecían hasta que Dios dispusiera de sus vidas.

Pasó un tiempo, largo como la eternidad, y llegada la calma se reanudó la ceremonia y, cuenta la historia, que los únicos cantos que hubo en tan accidentada celebración sólo fueron los lamentos y clamores de los presentes y el tañer descompasado y triste de las campanas de la torre.

Dos veces más se volvió a repetir durante el santo sacrificio esta tremenda y memorable escena del terremoto; dos veces expuso el celebrante al Santísimo a la adoración y ruegos de los fieles permaneciendo él impávido en el altar como su fiel ministro que era, dispuesto a dejarse sepultar bajo la desquiciada mole del templo, mientras todo a su alrededor era terror de muerte, tropel desordenado de gentes y gritería. La fábrica del crucero, el coro y muchas capillas de la Catedral quedaron muy quebrantadas; la torre sufrió tales vaivenes que después de haberse desplomado de ella muchas piedras y una gran cornisa, un barandal entero y diferentes escudos y piezas de adorno, se abrió por los cuatro frentes del segundo cuerpo y rompió todas las claves, arcos, claraboyas y ventanas. Las campanas que habían estado sonando solas de pronto enmudecieron, como si diesen por alejado el peligro.

Pasado el susto, todo el pueblo de Córdoba agradeció a San Rafael su ayuda, pues se la habían pedido los fieles muy fervorosa e insistentemente ante el Santísimo Sacramento. La verdad fue que ningún cordobés, o habitante de Córdoba, murío por causa de aquel terrible fenómeno natural. A partir de entonces creció sobre manera la devoción al custodio de Córdoba, san Rafael, determinando el Cabildo y las autoridades que, desde entonces y para siempre, se hiciese una procesión solemne hasta la iglesia de su advocación el día siete de mayo, que es la fecha en que se conmemora la aparición del Santo Arcángel al padre Roelas; y desde entonces así se ha hecho.




1 comentario:

  1. Vello de punta, piel erizada... ¡Qué bonito! Magnánimo. No lo sabía. PRECIOSO.

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