sábado, 7 de mayo de 2011

Suceso en Corpus del siglo XV

Muchas son las fiestas que con gran solemnidad se han celebrado en esta iglesia, y debemos hacer mención de una que antiguamente se hacía en todas las parroquias de Córdoba y que han caido en desuso, sin que podamos expresar la época en que se ha suprimido. Tal era una procesión, en los dias de la octava del Corpus, recorriendo parte del barrio y rivalizando cada uno con el de la iglesia más inmediata. Un año, á mediados del siglo XV, la cofradía del Santísimo Sacramento de la Magdalena, á la cual pertenecía toda la nobleza del barrio, mucha y de la más principal, hizo grandes preparativos para su procesión o minerva, como en algunos puntos la llaman, y al efecto convidó a todos los demás nobles josdalgos de la ciudad, que acudieron gustosos, entre ellos un D. Luis Fernández de Córdoba, vecino de Santa Marina, joven apuesto y valiente; por con la gran dosis de orgullo de todos los de su clase, y más en aquella época en que se consideraban tan superiores a los demás. Formóse la procesión y como hubiera acudido mucha clase del pueblo, entre las que se veían los labradores de la gran población rural que tenía y aún tiene este barrio, fue preciso y justo, darles cirios o faroles, toda vez que en mayor o menor escala contribuían a esta festividad. Un honrado campesino, que aunque plebeyo, tenía el carácter independiente tan propio de los españoles, tomó lugar entre el D. Luis y los que llevaban los faroles o sea los más cercanos al palio, y juzgando nuestro noble que se rebajaba con aquello, le intimó, con esos modos con que los superiores de escaso talento manda a sus inferiores, a que le cediese el lugar y se fuese a otro sitio con los de su clase. Contéstole, que no la había en la presencia de Dios, que le iba muy bien y no le cedía el sitio; a esto siguieron dos o tres ligeras contestaciones, y no pudiendo el D. Luis contener los arranques de su orgullo y su soberbia, echó mano a la daga, atravesando el corazón del aquel infeliz, que sin vida, cayó muerto casi a los pies del sacerdote que conducía el Sacramento, el cual, aturdido, no sabía si continuar su marcha o qué determinación tomar, así como todos los concursantes, a excepción de la esposa de la víctima que, como una fiera, se arrojó sobre el asesisno impidiendo se entrase en sagrado, y por consiguiente dando lugar a que lo prendieran. Unos corrían, otros lloraban, muchos criticaban tan fea e improcedente acción y todos, a excepción de algunos parientes de D. Luis, estaban a favor del desgraciado, víctima del orgullo de nuestra nobleza, tan altanera con sus antiguas y ya caducas ejecutorias.
La procesión terminó en aquel momento: la gente se retiró: depositóse el cadáver en la iglesia, y D. Luis Fernández de Córdoba fue preso en la torre de los Donceles, que como la Calahorra y la Malmuerta, estaba destinada a prisiones de los nombres que cometian algún delito, siendo esta una de las muchas prerrogativas con que contaban los afortunados hijos de la aristocracia española. La Providencia que a todas los juzga iguales, no consistiendo que por el camino del crimen se llegue al puerto de felicidad, vino a burlar las influencias de la familia del preso que, dando primero largas a la causa, sistema ya entonces usado, e interponiendo después todo su influjo, llegó a alargar la esperanza de verlo muy pronto completamente libre de sentencia humana, sin ver que la del cielo ya pendía sobre su cabeza.
Un año había transcurrido; era por la tarde, y casi a la misma hora de la procesión avisaron a la parroquia que llevasen el Viático para un vecino de la calle de Abéjar; hacíase así, y a un tiempo salía por la calle de los Muñices la viuda del desgraciado hortelano y D. Luis se asomaba a las almenas de la primera torre, para ver la Majestad; ambos hincaron sus rodillas, y al pasar el sacerdote por entre ellos, vinose al suelo la piedra en que estaba apoyado D. Luis, cayendo también éste y una de las almenas, que le trituró el cráneo -!Justicia del Cielo!- dijo una voz: era la de la infeliz viuda, a la que un desmayo hizo caer al suelo.

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