martes, 10 de mayo de 2011

Suceso en una riada del Guadalquivir

El padre maestro fray Francisco Delgado contó en uno de sus sermones que siendo prior de este convento estaba un día de San Andrés con los otros frailes contemplando una gran avenida del Guadalquivir, admirándose de la mucha leña, ganados y chozas de pastores que en su corriente arrastraba el agua, cuando vieron venir un barco con dos hombres dentro, quienes, al verse tan cerca de una población, empezaron a dar voces en súplica de ser socorridos, lo cual era imposible por no haber quien se atreviese a arrostrar el peligro que indudablemente había de correr, ni permitir la distancia arrojarles sogas a que pudieran asirse. En aquella desesperación y considerando su muerte segura estrellándose contra el puente, intentaron salvarse arrojándose al agua, por si lograban alcanzar la orilla. Logrolo el más joven, y viendo al otro, su padre, próximo a sucumbir, se arrojó por segunda vez al río, consiguiendo salvar la vida de una persona tan amada.
En esto acudieron los frailes y otras muchas personas a la muralla, en lo que ahora conocemos por el paseo de la Ribera, y recogiéndolos medio exánimes los llevaron al convento, arropándolos en dos camas puestas al efecto, al par que les prodigaban otros socorros, que por cierto bien lo necesitaban. Entonces el joven contó la desesperación que se apoderó de él al verse en salvo y que su padre se ahogaba, y que inspirándolo la Providencia tomó aquella determinación, en la que creyó le ayudaban dos jóvenes, en quienes todos vieron a los santos patronos y mártires de Córdoba Acisclo y Victoria, cuyo sepulcro se veneraba en la iglesia del convento, donde tan caritativamente fueron recogidos.

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