jueves, 5 de mayo de 2011

Sudor de sangre

Sucedió justamente en una de las casas que formaban la manzana de la Compañía. En la esquina sur de lo que hoy es plaza de las Tendillas. Sabido es que debajo de esta plaza, dicen los entendidos en estas cosas ocultas y extrañas, existe un lago, aunque no de gran profundidad, que hace como de depósito de todas las aguas que provienen de la sierra y allí se juntan y desde allí , por caminos ocultos y desconocidos, vierten al río. Pues cuenta la vieja historia que en una de esas casas vivía un célebre abogado llamado Ribera. Cuando llegó el verano y bajó el nivel del agua en el pozo que abastecía su domicilio, llamó a un pocero para que lo limpiase. Convinieron el precio y el día y a la hora exacta ya estaba allí el obrero dispuesto a empezar la faena. Le ataron una fuerte maroma alrededor del cuerpo, por debajo de los brazos, se metió en el pozo y le iban dando cuerda hasta que llegó al fondo. Ya casi al borde del agua había una piedra que salía de la pared; allí asentó los pies, se desató, y empezó el trabajo. Apenas dio el primer golpe sobre la piedra, se hundió todo el pozo y como en una lluvia torrencial se precipitó sobre él tan cantidad de barro, tierra y piedras que quedó como una estatua apresado contra la pared y sobre el pedestal que milagrosamente resistía toda aquella avalancha.

Tal fue el derrumbe sobre el pozo y tal la cueva que se abrió a su alrededor que la gente, cuando lo vieron, decían: "Estas son las bocas del infierno".

El pobre pocero permaneció allí por espacio de tres días hasta que lo pudieron rescatar. Cuando salió de su prisión decía : " La Virgen de la Fuensanta me ha librado del infierno y de la muerte, pues no he cesado de llamarla y he dado tantas voces que las metía en el cielo para que me oyese".

Cuenta la historia que fue tal la cantidad de barro y piedras que sacaron los hombres que ayudaron en el rescate que ya no cabía tanto material en las calles cercanas a la casa del accidente. A todos los edificios colindantes con el del pozo tuvieron que apuntalarlos antes de sacar al pocero del derrumbe. Asustado y vencido ya no podía gritar, sólo pedía a la Virgen de la Fuensanta que le conservase la vida. Por fin lograron llegar a él y con mucho cuidado lo fueron liberando de piedras y escombros y, estando presente ya la justicia, porque creían que había muerto, lograron salvarlo. La admiración fue cuando al aparecer ante el pueblo allí congregado, vieron que estaba bañado en sangre. Le quitaron la ropa por ver si estaba herido pero todo su cuerpo estaba intacto. La ropa toda tenía ensangrentada y el pelo de la cabeza y los ojos inyectados de sangre y el médico que le reconoció en el acto sentenció: " Que aquellos sudores y agonías de muerte, cuando son tan grandes fuerzan a la naturaleza que expele de sí sangre".

Todo el pueblo quedó conforme y él también, el pocero, que no cesaba de dar gracias a la Virgen de la Fuensanta, de la que era devoto.

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